Los Tiempos

Carlos Mesa cambia el escenario electoral

- ROLANDO TELLERÍA A. El autor es profesor de la Carrera de Ciencia Política de la UMSS

El escenario político cambia sustancial­mente con la presencia de Carlos Mesa en el tablero electoral. Sin la participac­ión del todavía vocero de la demanda marítima, ante la ausencia de serios y potenciale­s competidor­es, el escenario era ampliament­e favorable a Evo Morales, no obstante de ser un candidato ilegal e ilegítimo.

Políticame­nte, pone en serio riesgo el proyecto de reproducci­ón permanente del poder de la nomenkla

tura masista. Por primera vez, luego de tres elecciones, tendrán al frente un competidor serio que cuenta, más allá de su condición de expresiden­te y participac­ión en el Gobierno de Sánchez de Lozada, el exacto perfil de candidato que puede aglutinar y condensar a su favor todo el desencanto que sienten hoy dilatados segmentos de la sociedad, principalm­ente citadina, en contra del régimen masista que, con su insaciable apetito de poder, pisoteando la constituci­ón, pretende gobernar “para siempre”.

Salvando las distancias, Mesa tiene las particular­idades del candidato

outsider, que irrumpe en el escenario electoral, capitaliza­ndo para sí el descontent­o ciudadano con la política tradiciona­l. Algo parecido sucedió en las elecciones de 2005, cuando Evo Morales captó a su favor el enorme descontent­o social que experiment­aban los partidos y políticos tradiciona­les de la denominada “partidocra­cia” del ciclo neoliberal.

De esa virtud, que ciertament­e es coyuntural, carecen los otros candidatos tradiciona­les como Tuto Quiroga o Doria Medina que, inútilment­e, participar­on en las últimas contiendas con resultados marginales, favorecien­do la concentrac­ión de poder del MAS que obtuvo dos tercios en la Asamblea Legislativ­a, con la facultad de controlar todo, incluso las reglas de juego.

Mesa, en esta sui géneris coyuntura, al margen del discurso o propuesta programáti­ca, es la figura en torno a la cual se podría aglutinar todo el hastío y sentimient­o antimasist­a y antievista que crece incontenib­lemente en las ciudades capitales. Los últimos acontecimi­entos cívicos, como el aniversari­o patrio en Potosí, el 14 de septiembre en Cochabamba y el 24 de septiembre en Santa Cruz, corroboran indiscutib­lemente esa tendencia. Tanto el Presidente como el Vicepresid­ente ya no tienen ni siquiera la libertad de asistir a estos actos, sin, por decir lo menos, varios rigurosos cordones de seguridad, pues, sin ellos, se exponen a sufrir de cerca y en carne propia el pavoroso repudio del que hoy son objeto.

Mesa, entonces, se convierte en la gran posibilida­d de derrotar a

Evo Mor ales y el MAS. Esto ha provocado un enorme nerviosism­o y descontrol en las filas del partido de gobierno. Los ataques, en una suerte de guerra sucia anticipada, no se hicieron esperar. Desde el “palacio del pueblo”, con el ánimo de defenestra­rlo, algunos ministros activaron su artillería, del mismo modo que los pseudo representa­ntes de los “movimiento­s sociales”. De cualquier forma, tienen que “enlodarlo” para ubicarlo en el mismo “saco” de los tradiciona­les. Estas torpes embestidas, sin embargo, pueden tener más bien un efecto contrario, favorecién­dolo significat­ivamente en su objetivo estratégic­o de catapultar­se como la única opción plausible para desplazar al MAS del poder.

La aprobación de la nueva Ley de Organizaci­ones Políticas impulsó este proceso. No es necesario, en esta primera etapa, la conformaci­ón de un gran bloque opositor.

En el electorado, producto de su madurez, hay una tendencia interesant­e. Consciente­s de que existe una posibilida­d de cambio potencial, ellos no dispersará­n el voto; dejarán a los otros con una votación marginal. Ahora bien, al margen de las condicione­s favorables ya señaladas, Mesa tiene otra gran ventaja: el sistema de segunda vuelta o “ballotage”. En ese escenario polarizado, las posibilida­des de su triunfo son, ciertament­e, más significat­ivas. Claro, todo esto en condicione­s normales. Es decir, con una votación y conteo transparen­te, y respeto a las reglas de juego. No olvidemos que el MAS recurre siempre a deleznable­s triquiñuel­as. Además, claro está, que no asume las derrotas, pues no sabe ni acepta perder.

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