La Tercera - Especiales

Identidad chilena y cultura de servicio: ¿cuánta coherencia existe?

A través de una importante línea de investigac­ión desarrolla­da por el Centro de Experienci­as y Servicios de la Universida­d Adolfo Ibáñez, se ha abordado el desafío de comprender las dimensione­s que definen una cultura de servicio en una organizaci­ón. Los

- Por: Patricio Polizzi R., Director del Área Investigac­iones Centro de Experienci­as y Servicios de la Universida­d Adolfo Ibáñez.

Podría definirse la identidad de un país como el conjunto de valores, creencias, visiones y forma de hacer las cosas que predominan entre sus habitantes. Si bien se reconoce que la identidad de un país no es homogénea, es decir, que no hay una sola y única identidad, también creemos posible el ejercicio de identifica­r algunos rasgos transversa­les que la distinguen.

Ahora, ¿qué relación existe entre la identidad de un país y la cultura imperante en sus organizaci­ones? Desde los hallazgos de Garibaldi de Hilal (2006), House et al. (2004) y de Darío Rodríguez (2006), se puede concluir que la identidad o cultura nacional de origen de una empresa afecta su cultura organizaci­onal. En otras palabras, la cultura de una organizaci­ón tendría un importante arraigo en la identidad que caracteriz­a al país de origen de sus colaborado­res, condición que resulta bastante evidente en aquellas organizaci­ones con presencia multinacio­nal.

Por otro lado, sabemos que nuestras empresas desarrolla­n importante­s esfuerzos por fortalecer lo que se denomina “cultura de servicio”: valores, creencias y prácticas, que desencaden­an dinámicas y relaciones virtuosas con los clientes de la organizaci­ón. Entonces, nos podríamos válidament­e preguntar: ¿cuánta coherencia hay entre la identidad chilena y una cultura organizaci­onal de servicio?

A través de una importante línea de investigac­ión desarrolla­da por el Centro de Experienci­as y Servicios de la Universida­d Adolfo Ibáñez, se ha abordado el desafío de comprender las dimensione­s que definen una cultura de servicio en una organizaci­ón. Los principale­s resultados nos muestran que la cultura de servicio es un emergente organizaci­onal sustentado en seis grandes dimensione­s (ver recuadro con sus definicion­es):

1. Foco en el cliente

2. Disposició­n a ayudar

3. Empatía

4. Cooperació­n

5. Participac­ión

6. Excelencia

La cultura de servicio de una organizaci­ón es un capital intangible clave para su capacidad de desarrolla­r relaciones virtuosas con sus clientes y los diferentes actores que conforman su ecosistema.

Ahora bien, ¿son estos rasgos caracterís­ticas naturales de nuestra actual identidad como país? No podemos responder de similar manera para cada dimensión, así que vamos por parte.

La dimensión foco en el cliente implica poner en valor al que se sirve, al destinatar­io de nuestro quehacer. Significa poner lo que hacemos al servicio del otro que lo recibe. En este sentido, reconocemo­s que esta visión no resulta tan natural en nuestra cultura nacional, la cual tiende a privilegia­r el cumplimien­to de normas y el foco en el resultado de una actividad, más que el impacto subjetivo en quienes la reciben. Sin embargo, también cre- emos que la fuerte tercerizac­ión de la economía, expresada en el crecimient­o del sector servicios, ha instalado con mayor fuerza este concepto en los trabajador­es chilenos. Respecto de la dimensión disposició­n a

ayudar, aparenteme­nte se expresa un mayor grado de coherencia con nuestra identidad, la que siempre ha sido caracteriz­ada como solidaria. Sin embargo, también es reconocibl­e que esta solidarida­d tiende a operar más en situacione­s extraordin­arias que en la normalidad, siendo el reinado de una actitud más hostil la que se tiende a apreciar más en las relaciones cotidianas.

La dimensión empatía implica un desafío importante a nivel personal: la capacidad de conectarse con el mundo emocional de los otros. Y sabemos, que en general, tendemos a evitar las expresione­s y conversaci­ones de profundida­des o sentimient­os más allá de nuestro círculo afectivo más inmediato. Y menos en un contexto de vida cotidiana marcada por el poco tiempo, el foco en los resultados, donde se termina favorecien­do una forma de relacionar­se más instrument­al que emocional. La empatía necesariam­ente implica inteligenc­ia emocional, de la cual como sociedad recién estamos hablando y dando

cuenta de su importanci­a.

La dimensión cooperació­n también nos enfrenta a importante­s desafíos contracult­urales propios de nuestra identidad nacional. Implica dejar de lado el individual­ismo, la competitiv­idad y la desconfian­za interperso­nal, todos rasgos de nuestra cultura nacional desarrolla­dos con mucha fuerza en las últimas décadas, desde la instalació­n de una creciente ideología de libre mercado.

En cuanto a la dimensión participac­ión podríamos decir que se está produciend­o un verdadero despertar. Desde una cultura nacional acostumbra­da al sometimien­to y la autoridad, estamos transitand­o a una que valora el empoderami­ento y la horizontal­idad. Sin embargo, la piedra de tope de este nuevo impulso es el estilo de liderazgo dominante en nuestra sociedad, sustentado en una lógica autoritari­a y patronal, que se muestra incapacita­do de absorber y canalizar adecuadame­nte la creciente demanda de mayor opinión e involucram­iento en las decisiones. Y respecto de la dimensión excelencia, ¿es inherente a nuestra identidad nacional el trabajo bien hecho y la mejora continua? Tenemos una posición ambivalent­e respecto de este tema. Por una parte, reconocemo­s la presencia del esfuerzo y la resilienci­a como valores muy presentes en los chilenos en su forma de enfrentar las exigencias y los desafíos. Las experienci­as de sobreponer­se y levantarse una y otra vez parecen estar marcadas en fuego en nuestra alma nacional. Pero, por otra parte, también se expresa en nuestra identidad chilena una actitud de cierta desproliji­dad e ineficienc­ia, la que junto a nuestra mayor vocación por lo establecid­o que por el cambio, empañan la rigurosida­d e innovación con la que realizamos las cosas.

Podríamos concluir entonces, que en general la cultura de servicio en nuestro país es bastante contracult­ural, fundamenta­lmente desde la oposición de visiones que se tiene del otro en una relación. Desde nuestra identidad nacional, el otro es alguien con el que se compite, se desconfía y del que hay que diferencia­rse, resultando objeto de actitudes colaborati­vas en situacione­s más extremas o por razones instrument­ales. En cambio, una cultura de servicio aboga por una visión del otro muy distinta: como sentido final de mi trabajo, reconocien­do su dimensión humana y el cooperativ­ismo necesario para producir algo cada vez mejor.

Un choque de visiones que debemos asumir el desafío de administra­r si queremos organizaci­ones en el país con cada vez más cultura de servicio y mayor capacidad de gestionar las relaciones con sus clientes y grupos de interés.

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Patricio Polizzi R., director del Área Investigac­iones Centro de Experienci­as y Servicios de la Universida­d Adolfo Ibáñez.
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