La Tercera

Dignidad y sentido republican­o

- Patricio Zapata

ESE A que ha transcurri­do un poco más de una semana desde que se anunció su r e nuncia a l g a bi net e , he querido aprovechar mi columna de hoy para decir algunas palabras sobre el ex ministro de Energía Rodrigo Alvarez.

Lo conozco bien. Fuimos compañeros de curso en la Facultad de Derecho. No sólo eso, durante el primer año desarrolla­mos una relación de cercanía y afecto. Compartíam­os, además, un par de pasiones importante­s: El estudio en serio y la afición por el equipo de fútbol Unión Española.

Con el tiempo, sin embargo, ese germen de amistad se fue enfriando. En retrospect­iva, tengo que reconocer, con algo de pena y no poca vergüenza, que ese fenómeno se explica, en buena medida, por nuestra incapacida­d de manejar las diferencia­s políticas y la polarizaci­ón ambiente de la segunda mitad de los años 80.

Ahora bien, y hasta en los momentos de máximo distanciam­ien- to, como el día en que, tras áspera campaña, me ganó la elección al centro de alumnos, siempre me daba cuenta que ese rival político era, y es, un gran talento intelectua­l, y mucho más importante todavía, un hombre de bien.

Las cualidades anotadas le han permitido a Rodrigo Alvarez destacar en la academia y en la política. Su servicio al país alcanzó un punto alto cuando le tocó desempeñar­se como presidente de la Cámara de Diputados en un momento particular­mente complicado para dicha institució­n. Muchos de los cambios positivos que se han aplicado en los últimos dos años tienen el sello del ahora ex ministro de Energía.

Durante la última semana mucha gente ha opinado para apoyar o criticar la forma en que Rodrigo Alvarez definió su salida del gobierno. Muchos han puesto el acento en aspectos secundario­s: “Lo pasaron a llevar”, “que debió haber esperado el regreso del Presidente”, etc.

Cuando uno lee la carta en la que el propio Alvarez explica su decisión, se da cuenta de que los que leen la re- nuncia en clave de juegos de salón o de vanidades heridas no han entendido nada. Lo que hay en la renuncia del ex titular de Energía es un profundo y enérgico gesto de responsabi­lidad republican­a. De esos que actualment­e se ven tan poco.

Luego de semanas de errores, el gobierno probableme­nte no tenía otra opción sensata que no fuera rendirse ante el movimiento de Aysén.

Insultando la inteligenc­ia del país, alguna gente del Ejecutivo ha tratado de presentar esta capitulaci­ón -que incluyó el súbito abandono de la “doctrina Piñera”, según la cual nunca se negocia con bloqueos- como un gran éxito. Estarán pensando en conservar la pega, supongo, o en no seguir bajando en las encuestas, quizás.

Rodrigo Alvarez juega en otra liga, pues lo suyo no es aferrarse a un cargo. Por eso asume su responsabi­lidad y lo dice con todas sus letras: “Mi renuncia no es un tema personal, si bien implica mucho dolor individual, sino una decisión de coherencia y dignidad política. Soy el rostro visible de una línea de acción que acordamos como gobierno, que ante la opinión pública fracasó. Es preferible, es digno y responsabl­e presentar mi renuncia”. ten esta ley. Esta legislació­n prevé una serie de sanciones contra los infractore­s de derechos de autor sobre programas computacio­nales. Los tribunales norteameri­canos podrían establecer una indemnizac­ión de daños y perjuicios hasta tres veces mayor si se establece que el demandado utilizó consciente­mente tecnología de la informació­n ilegal para fabricar o comerciali­zar sus productos.

Entre las sanciones judiciales que se pueden dictar si no se cumple la norma está el decomiso de los productos infractore­s, la prohibició­n de su comerciali­zación en el estado respectivo e indemnizac­iones que pueden alcanzar los US$ 250.000. En Chile, el control de la piratería aún es débil, por lo que su fortalecim­iento ha de ser una de las prioridade­s de las autoridade­s y del mundo empresaria­l. Debiéramos estimular la creación de la propiedad intelectua­l de dos formas: mediante sanción efectiva y alicientes a la innovación.

La piratería va más allá del incumplimi­ento a las normativas de propiedad intelectua­l, también es una forma de competir de manera impropia, por lo que debiéramos seguir el ejemplo de una legislació­n adecuada, como lo es la Unfair Competitio­n Act.

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