La Tercera

El coleccioni­sta de autos clásicos

Por El más antiguo de su colección es una “burrita” Ford A de 1929.

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L Subaru se queda en el garaje al menos un par de veces a la semana. Cuando eso s ucede, e l dentista Federico Strauss debe elegir entre alguno de los 10 autos clásicos que forman su colección.

A veces se inclina por su Ford A Roadster de 1929, una de esas “burritas” en las que escapaban los gángsters, la misma que usaba la Abuela Pata de las caricatura­s de Disney. Otra veces, decide conducir un convertibl­e Buick Roadmaster del 48, su favorito.

El espectácul­o comienza desde que sale de su casa, en Santa María de Manquehue, hasta que llega a su consulta dental, ubicada en Tobalaba. El asombro de los santiaguin­os es inmediato: como es raro ver uno de estos vehículos en las calles de la ciudad, cada vez que Strauss maneja alguno de sus autos, las personas se dan vuelta a mirarlo.

Le sucede lo mismo desde hace más de 20 años, cuando comenzó a colecciona­rlos. “Me gusta cuando la gente los ve y se les dibuja una sonrisa en el rostro. Algunos aplauden y otros se acercan a preguntarm­e de qué año es o me cuentan que hace décadas su papá tuvo uno de esos mismos. Les evocan muchos recuerdos”, asegura Strauss.

Pese al espectácul­o visual que significa ver un modelo de los años 40 en las calles, no es fácil circular a 60 kilómetros por hora en el Santiago de los tacos y las autopistas urbanas. Este coleccioni­sta cuenta que, debido a la congestión, a veces demora cuatro semáforos en avanzar de una e s q ui na a o t r a “y e nt o nc e s e l vehículo se calienta y hay que tener cuidado. Pero hay que sacarlos y echarlos a andar. Si no, las

gomas se echan a perder”.

Un Buick en Franklin

Una tarde de comienzos de los 90, un amigo invitó a Federico a participar en un rally que organizaba el Club de Automóvile­s Antiguos, que reúne a estos coleccioni­stas. La caravana partió en Santiago y su destino era Arica. St r auss viajó en una limusina Chrysler Imperial de 1931 y el flechazo fue inmediato: “Altiro me picó el bichito por tener uno”.

Partió su colección con un Buick 47 que le vendió otro socio del club. “El tenía hartos autos y quería deshacerse de uno”, precisa. Desde entonces, presta atención a cualquier dato que le llegue de algún modelo antiguo (esto es, fabricado hace más de 40 años) abandonado en algún garaje de Santiago o del resto del país. Así ha conseguido los 10 autos que tiene su colección.

Gracias a uno de esos datos encontró, a fines de los 90, su vehículo regalón. Su mecánico le contó que en una casa del barrio Franklin había un auto que le podía interesar. Cuando llegó al patio del lugar vio una joya: un convertibl­e Buick Roadmaster de 1948. Estaba abandonado y rodeado de basura. “De adentro salían perros, gatos y ratones”, recuerda.

En tan mal estado estaba el auto que tardó cuatro años en restaurarl­o. Incluso, mandó a hacer las pisaderas a Estados Unidos, al taller de un artesano que tenía una larga lista de espera. Asegura que en ese proceso está la satisfacci­ón de este hobby: “La gracia no es tenerlos, sino encontrarl­os, restaurarl­os y dejarlos tal como fueron fabricados, con todas sus piezas originales. Además, me evocan muchos recuerdos”, asegura.

RR hasta el Canal San Carlos y recuerdo que por Larraín no pasaba ningún vehículo”.

Pese a que hoy la capital está llena de autos, a Strauss aún le gusta recorrerla a 40 kilómetros por hora en una “burrita” de 1929, ya sea acompañado de su familia o de los socios del club. “Se aprecia mejor la ciudad, y si vas manejando un convertibl­e, todo se ve maravillos­o”, remata.

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FOTO: ROLANDO MORALES

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