Asuntos pendientes en regiones
YSEN, el mall de Castro, los mapuches, Calama y la reconstrucción no son lo mismo. Sin embargo, en todos los casos se reiteran elementos comunes: la desconexión o el abandono, la falta de recursos y oportunidades de desarrollo, especialmente si se compara con la capital, la conciencia de los respectivos habitantes de ser gobernados por foráneos y de que la institucionalidad municipal, provincial y regional es impotente para dar cauce a sus inquietudes.
¿Cómo se expresa este conjunto de sentimientos y circunstancias? Mediante ruptura de los cauces institucionales, protestas e incluso violencia. Y allá tienen que ir, primero los carabineros y los periodistas, a calmar los primeros a las huestes y restablecer el orden público, y la prensa a denunciar el abuso o la indignación. Luego viajan los negociadores o los interventores del gobierno central a deshacer el entuerto y a dar explicaciones. Entretanto, la zona se parali- za, la violencia se toma calles y caminos, el fuego los campos, el cemento indecente invade patrimonio conformado con el paciente y cuidadoso esfuerzo de los siglos. Se pierde tiempo, belleza y dinero. Al fin, las partes, más cansadas que convencidas, terminan cediendo algo cada una y el conflicto remite. Hasta nuevo aviso, hasta que un nuevo abuso se cometa, o la conciencia de abandono e impotencia vuelva a emerger, ora porque una parte de las promesas no se ha cumplido, ora porque hay nuevos problemas, y como siempre, ni el alcalde, ni el gobernador, ni el intendente tienen capacidad institucional de exigir o dar solución.
Esa es la dinámica de nuestros conflictos regionales. Ese es el corsi e ricorsi de la historia de nuestras provincias. Mientras tanto, la capital bul l e d e a c t i v i d a d . Ahí , p e s e a los problemas, se desenvuelve una vida cultural comparativamente pujante, se concentran los mejores liceos, colegios y universidades del país, la economía genera cada vez más oportunidades, el tránsito avanza, lento, pero con Transantiago, Metro y autopistas urbanas de altísimo nivel; centros de salud de excelencia, públicos y privados, dan respuesta cada vez más oportuna a las patologías de los santiaguinos.
Todas estas ventajas hacen que -pese a la contaminación, la congestión vehicular, el mayor costo de vida o la delincuencia- los habitantes de la capital no estén dispuestos a trasladarse a las provincias, a no ser para ir de vacaciones.
Pero, ¿podemos continuar así? Y más todavía, ¿es justo continuar así? Parece difícil sostenerlo. Pero además, ¿puede un país sustentarse en el tiempo bajo condiciones de exclusión como las descritas? ¿No es ese el mejor caldo de cultivo para intentos “separatistas”?
Las provincias están despertando ante la inveterada postergación que sufren. La solución definitiva no puede ser el acostumbrado asistencialismo capitalino. La respuesta, si ha de ser permanente, requiere tener carácter institucional. Necesitamos regiones mucho más fuertes. Para eso tienen que ser menos en número, con autoridades autóctonas, legitimadas por elecciones, y dotadas no sólo de competencias preponderantemente administrativas, sino políticas.