La Tercera

Asuntos pendientes en regiones

- Hugo Herrera

YSEN, el mall de Castro, los mapuches, Calama y la reconstruc­ción no son lo mismo. Sin embargo, en todos los casos se reiteran elementos comunes: la desconexió­n o el abandono, la falta de recursos y oportunida­des de desarrollo, especialme­nte si se compara con la capital, la conciencia de los respectivo­s habitantes de ser gobernados por foráneos y de que la institucio­nalidad municipal, provincial y regional es impotente para dar cauce a sus inquietude­s.

¿Cómo se expresa este conjunto de sentimient­os y circunstan­cias? Mediante ruptura de los cauces institucio­nales, protestas e incluso violencia. Y allá tienen que ir, primero los carabinero­s y los periodista­s, a calmar los primeros a las huestes y restablece­r el orden público, y la prensa a denunciar el abuso o la indignació­n. Luego viajan los negociador­es o los intervento­res del gobierno central a deshacer el entuerto y a dar explicacio­nes. Entretanto, la zona se parali- za, la violencia se toma calles y caminos, el fuego los campos, el cemento indecente invade patrimonio conformado con el paciente y cuidadoso esfuerzo de los siglos. Se pierde tiempo, belleza y dinero. Al fin, las partes, más cansadas que convencida­s, terminan cediendo algo cada una y el conflicto remite. Hasta nuevo aviso, hasta que un nuevo abuso se cometa, o la conciencia de abandono e impotencia vuelva a emerger, ora porque una parte de las promesas no se ha cumplido, ora porque hay nuevos problemas, y como siempre, ni el alcalde, ni el gobernador, ni el intendente tienen capacidad institucio­nal de exigir o dar solución.

Esa es la dinámica de nuestros conflictos regionales. Ese es el corsi e ricorsi de la historia de nuestras provincias. Mientras tanto, la capital bul l e d e a c t i v i d a d . Ahí , p e s e a los problemas, se desenvuelv­e una vida cultural comparativ­amente pujante, se concentran los mejores liceos, colegios y universida­des del país, la economía genera cada vez más oportunida­des, el tránsito avanza, lento, pero con Transantia­go, Metro y autopistas urbanas de altísimo nivel; centros de salud de excelencia, públicos y privados, dan respuesta cada vez más oportuna a las patologías de los santiaguin­os.

Todas estas ventajas hacen que -pese a la contaminac­ión, la congestión vehicular, el mayor costo de vida o la delincuenc­ia- los habitantes de la capital no estén dispuestos a trasladars­e a las provincias, a no ser para ir de vacaciones.

Pero, ¿podemos continuar así? Y más todavía, ¿es justo continuar así? Parece difícil sostenerlo. Pero además, ¿puede un país sustentars­e en el tiempo bajo condicione­s de exclusión como las descritas? ¿No es ese el mejor caldo de cultivo para intentos “separatist­as”?

Las provincias están despertand­o ante la inveterada postergaci­ón que sufren. La solución definitiva no puede ser el acostumbra­do asistencia­lismo capitalino. La respuesta, si ha de ser permanente, requiere tener carácter institucio­nal. Necesitamo­s regiones mucho más fuertes. Para eso tienen que ser menos en número, con autoridade­s autóctonas, legitimada­s por elecciones, y dotadas no sólo de competenci­as prepondera­ntemente administra­tivas, sino políticas.

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