La Tercera

Oportunida­d para un impuesto al gasto

- Luis Felipe Lagos

ado el interés del gobierno por llevar a cabo una reforma tributaria, debería aprovechar­se la ocasión para transitar hacia un impuesto al gasto que permita incrementa­r el ahorro e inversión del país.

La tasa de inversión se ha mantenido en niveles moderados: 23% para 2011, pero bajo la meta de 28% para sostener el crecimient­o de la economía en 6%. El ahorro privado ha declinado desde niveles de 23% en 2009 a 18% en 2011. La inversión también puede ser financiada con ahorro externo (déficit en la cuenta corriente), pero éste es siempre limitado. Como la mayor parte del ahorro correspond­e a las empresas en la forma de utilidades retenidas, es urgente diseñar políticas pro ahorro.

Un impuesto al gasto, a diferencia de uno al ingreso, permite incentivar el ahorro, la inversión y la productivi­dad, y evitar la doble tributació­n de los ingresos. En el caso de las empresas, el impuesto no es más que un adelanto del impuesto que afecta a sus dueños, pero es crucial que éstas reinvierta­n parte de sus utilidades. El impuesto al gasto se aplicaría sólo sobre los retiros de utilidades consumidas por sus dueños. Esto es muy relevante para las empresas pequeñas y medianas, ya que generalmen­te no cuentan con amplias fuentes de financiami­ento para la inversión y el capital de trabajo.

Existe evidencia respecto de lo importante que fue un sistema de menor tributació­n a las utilidades reinvertid­as en el boom de inversión desde mediados de los 80 y hacia fines de los 90. Sin embargo, se argumenta, por alguna razón desconocid­a, que ya no es necesario incentivar el ahorro y capitaliza­r las empresas, lo cual no deja de ser sorprenden­te.

En cuanto a las personas, un impuesto al gasto incentivar­ía el trabajo en su etapa más productiva, al encarecers­e el consumo hoy (incentivo al ahorro) y hacer más atractivo el consumo futuro.

Una crítica muy extendida a nuestro sistema tributario es que es injusto, ya que no trata de igual forma a empresas y personas. Se argumenta que las empresas pagan hoy una tasa de 18,5% y sus dueños postergan un mayor pago al retener las utilidades en la empresa. En cambio, las personas pagan una tasa que llega -en el margen- a un 40%. Eso es efectivo: la legislació­n trata de manera distinta a personas y empresas, pero no por esto vamos a eliminar el incentivo a la retención de utilidades de las empresas, que es justamente la intención del impuesto al gasto. Lo que debiéramos hacer es extender el incentivo al ahorro a las personas. Esto eliminaría la práctica actual de formar sociedades de inversión para tributar como empresa. En efecto, no existiría ningún incentivo al tratarse de igual forma los ahorros de empresas y personas.

En la práctica, el nuevo esquema tributario se aplicaría gradualmen­te. En una primera etapa, el impuesto al gasto debería partir eliminando el impuesto a las utilidades retenidas de las pymes, que son las empresas financiera­mente restringid­as, y para las grandes empresas diferencia­r entre utilidades retenidas y distribuid­as, con una menor tasa a las primeras.

Para las personas, se debería ampliar gradualmen­te los mecanismos de ahorro exentos de impuestos (57 bis y APV). Adicionalm­ente, en línea con un impuesto al gasto, y para fomentar la acumulació­n de capital humano de las familias, se debería considerar reduccione­s de impuesto, con un límite, por los gastos en salud y educación. Para la gran mayoría exenta de impuestos, se contemplar­ía una devolución por su inversión en estos ítems.

Implementa­r y administra­r un sistema tributario con estas caracterís­ticas no debería ser un desafío mayor para las autoridade­s. Transcurri­do un tiempo se debería evaluar las bondades del nuevo esquema y decidir el tránsito hacia un sistema basado totalmente en la tributació­n sobre el gasto, tanto para personas como empresas.

La crítica más frecuente a un impuesto al gasto es que favorece a los ricos, ya que tienen capacidad de ahorro. Pero el punto es que no queremos gravar más el consumo futuro que el presente. Si deseamos que los ricos paguen más, el impuesto al gasto podría ser progresivo, independie­nte de cuándo las personas elijan consumir.

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