La Tercera

De tanto en tanto, alguien nos recuerda que Braulio Arenas escribió poemas magníficos. Y cuando eso sucede, el tiempo se detiene una vez más en favor del lector.

Juan Manuel Vial

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que tú me dabas”.

En el prólogo a esta edición Rafael Gumucio nos dice que “la de Arenas es una poesía que ama el delirio, pero que delira muy poco”. La certera observació­n ha de serle útil, sobre todo, al lector que se siente intimidado con el insondable trasfondo del término surrealism­o: Braulio Arenas, hay que insistir en ello, no es un poeta de las formas sublimes del sinsentido, más bien todo lo contrario. Discípulo aven- tajado de Huidobro -en los poemas selecciona­dos persiste la presencia tutelar de una nube huidobrian­a–, Arenas fundió en su verso el desboque de la imaginació­n con cierta encomiable y misteriosa contención, cosa rara entre los suyos.

De modo que el mar, que casi siempre está presente en estos poemas, nunca deja de ser mar para el lector, mientras que una casa, la casa fantasma del título, puede llegar a expresar, con suma naturalida­d, emociones eminenteme­nte humanas: “No comprende la casa su silencio, / su vacío de barco abandonado, / no comprende esta paz de cementerio, / ¿dónde está mi habitante?, se pregunta. / ¿Dónde el niño sin techo del que hablaban?”. Otras veces, y con frecuencia, el genio de Arenas se expresa en una sola frase, como la que sigue, de enigmática y crucial belleza: “es el ave que trina la trinidad del vidrio”.

Verdadero himno a la voraz seducción que siempre tiende la escritura perfecta es un poema llamado La silenciosa: quien requiera de una breve clase magistral acerca de la importanci­a del ritmo en poesía no tiene más que leerlo. Hacia el final del libro, el autor aborda un asunto que guarda relación con esto mismo: “Todas las palabras sin un significad­o material me son aborrecibl­es. Amo, en cambio, la palabra sandía, la palabra fuego griego, la palabra recuerdo, la palabra recórcholi­s”.

La casa fantasma y otros poemas es ante todo un libro justiciero, una prueba categórica de por qué su autor debe sobrevivir. El hecho fortuito de constatar la superviven­cia de Braulio Arenas en un día como hoy, en el que precisamen­te hasta el hijo de Dios ha muerto, es fuente no tan sólo de alivio, sino que también de regocijo.

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