La Tercera

Restaurant­es a puerta cerrada

Por Una sommelier y una chef invitan a comer a un departamen­to. Los comensales, por lo general, no se conocen entre sí.

-

a experienci­a parte a l a s 2 0. 3 0 horas teléfono en mano. Los t i mb r e s del edificio de calle Estados Unidos, conocido como “el de los elefantes”, por las figuras talladas en la entrada, no funciona. Es Rosario Onetto, sommel i e r del restaurant­e Casamar, quien bajará en búsqueda de sus selectos comensales para encaminarl­os hacia un departamen­to del último piso con vista al cerro Santa Lucía desde el comedor, al Parque Forestal y al cerro San Cristóbal, desde el living. El recibimien­to comenzará con una copa de espumoso Santa Julia Brut, de Mendoza.

“Chez nous” (“Nuestra casa”) se llama esta cocina a puerta cerrada. El menú de 10 tiempos está a cargo de Rosario Onetto y la chef Carolina Bazán. Cuatro veces al mes, por lo general los miércoles y jueves de la primera y la última semana, un grupo de 8 a 12 personas van a comer a este departamen­to previa reserva al mail cocinaesco­ndida@gmail.com y el pago de $ 35.000 por integrante.

El máximo de integrante­s de las reservas grupales es de cinco personas. De lo contrario, sería incómodo para quienes eligen ir solos. Las personas que se conocen se convertirí­an en un grupo cerrado y el resto de los comensales se sentirían ajenos a esa conversaci­ón. Todo lo contrario a lo que se busca lograr en este restaurant­e “escondido”, donde parte de la e x p e r i e n c i a e s c o mpart i r c o n gente que no se conoce.

“Si vas a un restaurant­e, comes solo en una mesa. Aquí lo haces con siete personas mínimo. Tienes la oportunida­d de compartir, de comentar el plato y conocer gente”, cuenta Carolina Bazán.

Este experiment­o comenzó en noviembre del año pasado con invitacion­es a familiares y amigos. Una marcha blanca que duró hasta enero de 2012, inspirada en Hidden Kitchen, el restaurant­e al que ambas amigas fueron en París, mientras estudiaban. Era un departamen­to en pleno centro de París, donde una pareja de estadounid­enses cocinaba para un grupo de no más de 12 personas. Les tomó tres meses hacer la reserva.

“Cuando entré, dije: tenemos que tenerlo en Chile. Gente que no se conoce, que no tiene nada en común, conversand­o, disfrutand­o y comiendo. El primer paso para tener un restaurant­e sin desangrars­e en el intento”, cuenta Rosario Onetto. Mientras, sirve un Sauvignon Blanc con notas a durazno, acompañado de mozarella con un gajo de durazno en agua de tomate. El tercer plato de su menú de 10 tiempos.

RR

Tengo un e-mail

Cristián Gaete, 30 años, cocina en Temple, restaurant­e de comida fusión japonesa ubicado en el Hotel Interconti­nental. Estaba estudiando en Buenos Aires cuando le contaron de una ciudadana sueca que tenía un restaurant­e informal en su casa. Llegando a Santiago hizo la primera prueba. Por Twitter invitó a gente del mundo gastronómi­co a comer a su casa. Fue un éxito.

“Es cocina para recrear la mesa que tenía en mi infancia. Esa en la que todos se juntaban para conversar en torno a la comida y se resolvía el mundo cuchareand­o un plato. La gracia es que contac- to gente que no se conozca para invitarla”, cuenta Gaete.

¿Dónde cocina? No tiene un lugar físico. A veces, en su casa de Las Condes, otras en la de su socio Pedro Pablo Aldunate, en la misma comuna. Lo suyo es la comida chilena: charquicán con charqui especial, un toque gourmet para recrear los sabores de su infancia con un dejo de sorpresa. El precio no sube de $ 10.000.

Para disfrutar de su mesa tendrá que esperar. Las comidas se hacen una vez al mes. Debe escribir al mail traigapan@gmail.com y, pacienteme­nte, revisar la respuesta en la que le avisarán el día y el lugar donde irá a comer.

Como en el campo

Cuesta que Carlos Hochstette­r, ex socio de los restaurant­es Mundano y Meridiano, cocine para más de 12 personas. Mínimo ocho. La calidad no la tranza. A su mesa en una casa de El Arrayán se debe asistir “con hambre” para aprovechar los $ 24.000 que cuesta el menú por persona.

“Si quiere estar al medio del ajetreo de un restaurant­e, este no es el lugar. Aquí se cocina a puerta cerrada. Viene gente más tranquila y con ganas de disfrutar y conversar”, explica Hochstette­r.

A la casona, ubicada al medio de dos hectáreas de bosque nativo, sólo se llega gracias a la ayuda de un mapa y del boca en boca. Una cocina a leña es la puerta de entrada del lugar acondicion­ado para dar clases y de un living amplio donde comer las tres alternativ­as de aperitivos, en que no falta el prosciutto y las aceitunas italianas, más las siete alternativ­as de plato de fondo.

El buffet es abierto y el comens al ya t e ndrá e l tenedor en la mano cuando se comience a hacer el risotto. Dieciocho minutos demorará en degustar el arroz cremoso, con zapallo y perejil, como Hochstette­r lo probó en el año que recorrió en moto Europa, especialme­nte Italia. De postre panacotta con salsa de frutos rojos. Mientras, en el exterior del horno a leña aun sale olor a pan. Las clases de cocina son un buen inicio. Inscríbase en cocina.italiana@hotmail.com para ser parte de esta cofradía de sibaritas.

 ?? FOTO: ROLANDO MORALES ??
FOTO: ROLANDO MORALES

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile