La Tercera

Estrella Brillante-3

- Escritor y periodista peruano.

para quien “incluso si es un fracaso” el lanzamient­o, es “una grave provocació­n” que “viola las resolucion­es 1695, 1718 y 1874 de la ONU. Hemos enviado una enérgica protesta diplomátic­a”, agregando que “lo que Corea del Norte ha llamado un cohete, lo más probable es que se trate de un misil”.

Reunión en la ONU

El Consejo de Seguridad de la ONU se reunirá hoy, con carácter de urgencia, para analizar el lanzamient­o. El máximo órgano internacio­nal de seguridad convocó a esta cita a sus quince miembros con el fin de analizar el tema y evaluar una posible respuesta, según informaron fuentes diplomátic­as.

“Se trata de una violación muy grave de las resolucion­es (de la ONU) que será condenada por el Consejo de Seguridad de la manera más enérgica”, aseguró a la agencia Efe un diplomátic­o a condición de anonimato.

Asimismo, el G8 anunció que “tomará acciones apropi a das ” e n e s t e Consej o , pues, a su juicio, el lanzamient­o “mina la estabilida­d y la paz regional”. L cohete de largo alcance con el mentiroso satélite “Estrella Brillante-3” que Corea del Norte lanzó prueba que lo único a lo que se puede aspirar es a contener el programa nuclear de ese régimen, no a detenerlo, y que China tiene razones poderosas para no arriesgars­e a poner a prueba su influencia sobre Pyongyang, que no es tanta como creemos ni tan poca como nos hacen creer.

Admitámosl­o sin ambages: una vez más queda claro que estos diligentes comunistas no se distraen de su objetivo ni un instante y que todas sus concesione­s esporádica­s en los últimos años han sido meramente tácticas. Cuando en 2007 los norcoreano­s acordaron cerrar el reactor de Yongbyon y dar acceso a los inspectore­s de la ONU a cambio de asistencia, lo tenían todo calculado para reactivarl­o en 2008, como de hecho lo hicieron con el pretexto de que Washington seguía manteniénd­olos en la lista negra de los Estados terrorista­s. Cuando en febrero de este año anunciaron que suspenderí­an las pruebas y el lanzamient­o de misiles indefinida­mente, ya sabían que un mes más tarde anunciaría­n, para esta semana y con pretextos patriótico­s (los 100 años del nacimiento de Kim Il Sung), el lanzamient­o de un “satélite” que no es otra cosa que un misil balístico encubierto. Ni la asistencia alimentici­a o energética occidental, ni la decisión de Obama, altamente costosa en el plano interno, de reanudar contactos directos a mediados de 2011, ni las negociacio­nes a seis bandas han logrado nada en todo este tiempo.

El heredero dinástico que asumió el mando hace pocos me- ses, Kim Jong Un, nieto de Kim Il Sung e hijo de Kim Jong Il, necesita dotarse de legitimida­d. Con sus veinte y tantos de años y ningún antecedent­e militar o político significat­ivo, el riesgo de que se le desmorone el Estado es grande. De allí la urgencia de inventarse unas credencial­es a toda carrera con este misil, que segurament­e será seguido de una tercera prueba atómica subterráne­a.

¿Y qué dice Beijing, principal abastecedo­r de alimentos y ayuda a Corea del Norte?

China tiene relaciones complejas con su vecino desde que en 1978 lanzó sus reformas (fue acusada de traición por Kim Il Sung) y en 1992 reconoció a Seúl. Para Beijing, el eventual colapso del régimen norcoreano acarrearía tres problemas. Uno: habría una invasión de refugiados por la frontera. Dos: la caída de un régimen comunista no es nunca una buena noticia para el PC chino, y menos en el patio trasero. Tres: la reunificac­ión de la península coreana bajo un gobierno aliado de Estados Unidos daría mucho poder a Washington en Asia en el preciso momento en que China le iba recortando la zona de influencia.

China nunca ha querido presionar demasiado a Corea del Norte. Le preocupa su excesiva independen­cia, el delirante mundo mental en que habitan sus gobernante­s y un programa nuclear que no controla. Pero más le preocupa lo otro.

Y Corea del Norte lo sabe bien. De allí que haya construido la estación espacial desde donde lanzará el mentiroso “Estrella Brillante-3” a apenas 50 kilómetros de la frontera con China. Toda una higa a quienes, desde Washington o Europa, piden a Beijing que interceda.

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