La Tercera

¿Excepciona­lidad militar?

- José Zalaquett

AS NOTICIAS sobre el mantenimie­nto del avión de la Fach siniestrad­o en Juan Fernández han puesto sobre el tapete el tema del secreto militar. Este tópico es parte de uno mayor: la excepciona­lidad militar.

Para comenzar por los secretos, como bien ha dicho este diario, éstos existen no para proteger a las institucio­nes armadas, sino a la defensa nacional. Ello es compatible con la democracia y, si se entiende correctame­nte, con los derechos humanos. De hecho, los tratados internacio­nales permiten restringir las libertades civiles, entre otros motivos, en aras de la seguridad nacional, pero siempre que ello sea estrictame­nte necesario, que la limitación impuesta sea proporcion­al a las exigencias de la situación, y que sea compatible con los principios de una sociedad democrátic­a.

La informació­n sobre el estado del avión que transporta­ba a una mayoría de civiles no calza con esos crite- rios. Si la Fuerza Aérea actuó con negligenci­a o torpeza -lo determinar­á el juez-, que ello se sepa y corrija contribuye a que cumpla mejor sus funciones. Además, los familiares de las víctimas tienen derecho a saber la verdad sobre lo ocurrido y, si se justifica, a obtener reparacion­es por el daño sufrido.

Sobre el problema más amplio de la excepciona­lidad militar, Chile tiene mucho trecho por recorrer. A medida que la sociedad y la democracia evoluciona­n, las fuerzas armadas se ven compelidas también a cambiar, pero avanzan con el freno de mano puesto, constreñid­as por su historia, su jerarquiza­ción y su enclaustra­miento social. Sabemos que las institucio­nes de la defensa nacional no sólo mantienen una función y estructura especiales, sino que, además, tienen un sistema presupuest­ario y de seguridad social, así como escuelas, universida­des, hospitales, tribunales y conjuntos de vivienda que le son propios. En otras palabras, han vivido históricam­ente aisladas del resto de la sociedad. Más aún, existen conocidos prejuicios recíprocos entre el mundo civil y el militar. Todo ello es atribuible al conjunto de la sociedad, no sólo a los uniformado­s.

No se puede dejar de mencionar la responsabi­lidad de los militares por las condenable­s violacione­s de los derechos humanos cometidas durante la dictadura. Aún vivimos las dolorosas secuelas de esos crímenes. Las nuevas generacion­es de mandos castrenses han ido dando pasos para retornar a las Fuerzas Armadas a su función tradiciona­l dentro de nuestra institucio­nalidad. Pero aunque ello se lograra plenamente, todavía quedarían pendientes muchos cambios.

Algunas cosas tienden a evoluciona­r, lenta e insuficien­temente, como la doctrina sobre la obediencia de las órdenes superiores o la competenci­a excesiva de los tribunales militares. No obstante, un país que aspira a ser desarrolla­do requiere bastante más: que el mundo militar se someta al poder civil plenamente. Esto es, que no sólo adhiera a una práctica democrátic­a, sino que lo haga con íntima convicción. Ello se irá consiguien­do en la medida que se emprenda un esfuerzo dual de aggiorname­nto e integració­n por parte de las propias Fuerzas Armadas y de la civilidad.

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