Cocinando en olla a presión
VECES resulta desconcertante leer las biografías de las nuevas divas del pop. Fácil perderse entre descripciones más entusiastas en el rendimiento de mercado de la figura, antes que detallar su personalidad artística. Reseñas propicias para las páginas de economía, no las de espectáculos. Cifras para encender puros en reuniones de directorio, bajo la urgencia de maximizar ganancias en fases cada vez más tempranas.
Con Nicki Minaj, la enésima sensación del pop femenino de los últimos años -una de las voces en el primer sencillo del último disco de Madonna-, el repaso de su carrera huele a un perfecto plan de mercadeo. Antes del exitoso álbum debut Pink Friday en 2010, como si fuera una encuesta para saber si el negocio rendirá, Nicki Minaj –empaquetada como revelación del hip hop- participó en singles de artistas consagradísimos como Mariah Carey, Britney Spears, Usher y Christina Aguilera. Sus orígenes son sospechosamente similares a los de Rihanna. Ambas oriundas del Caribe y provenientes de hogares con padre abusador y drogo.
En los estudios Nicki tuvo mejor suerte. Acudió a Laguardia en Nueva York, la academia de artes que inspiró la película y serie Fama. Fue apadrinada por el rapero Lil Wayne, y su imagen combina el mundo lolipop de Katy Perry y la
RR extravagancia de Lady Gaga. Si la intérprete de Bad romance adora a los gays, Nicki va un paso más allá: tiene un alter ego homosexual. Y si se trata de sexo, sus metáforas son a la par de Gillette y su inolvidable éxito de 1994, Short dick man.
Nicki Minaj es por ahora una muñeca tironeada y usada como un crush test dummy de un hip hop seriado machacante, kitsch, algo retorcido, con raíces a la vista. Kanye West es omnipresente en su estilo, pero también desfilan referentes como Rihanna, Beyoncé, LMFAO y Fergie. El inicio del álbum es prometedor. Los seis primeros temas son un puñetazo. El fraseo de Minaj tiene indiscutida personalidad, sobre todo cuando asume una cadencia algo demencial.
Pero es tan absurda la cantidad de colaboradores e invitados del álbum, y también tantos los temas -19 canciones-, que es imposible sostener coherencia. Tras esa impecable media docena de composiciones, Minaj pierde el control de su disco y metamorfosea su estilo según el invitado de turno. Tiene que rendir, igualar marcas como el número uno de Billboard inscrito por el debut. Le ponen demasiada gasolina, pero de muy distintos octanajes. Su marcha es trabada y zigzagueante.
Nicki Minaj