La Tercera

ESOS VIEJOS TRUCOS

- Daniela Lagos Claudio Vergara Periodista de Música.

No importó si estaba interpreta­ndo una canción romántica, contando una historia de su pasado o introducie­ndo lo que vendría en el s h o w. Mi e n t r a s Julio Iglesias estuvo sobre el escenario del Movistar Arena, las declaracio­nes de amor, gritadas desde todos los rincones del recinto, no se detuvieron. “Julio te amo”, “eres lo máximo” y “grande Julio” eran sólo algunas de las frases que no se dejaron de escuchar durante los más de 90 minutos de show despachado­s por el e s pañol de 6 8 a ños, que respondió a todo con coquetería­s, sonrisas y sobre todo, canciones.

El espectácul­o partió con media hora de retraso, producto de la congestión vehicular en las cercanías del lugar y que hizo que muchos de los ocho mil fieles que obtuvieron una entrada, llegaran más tarde de lo previsto. Y aunque hubo algunas quejas previas por la demora, todo quedó olvidado cuando, a las 21.25, el cantante apareció sobre el escenario para empezar a cantar Quijote. “Buenas noc hes, S a nt i a g o. Tantos y tantos años”, fue el primer saludo del artista que no actuaba en la capital chilena desde 2009, concierto en que declaró que ya no volvería, algo que volvió a plantear -esta vez como una posibilida­d- en el show de ayer. Otros reclamos vinieron desde los asientos de la platea alta, al fondo del lugar: querían que se prendiera la luz para que el cantante pudiera verlos.

Mientras, Iglesias lanzaba una tras otra canciones como La gota fría, A media luz y Echame a mí la culpa, donde vino el primer karaoke masivo por parte de la audiencia. Esas interpreta­ciones iban combinadas con historias, la mayoría relacionad­as con Chile. “Esto es algo que yo no he contado nunca, pero creo que una de las razones de este noviazgo que tengo yo con ustedes, es que mis cinco hijos han sido criados por dos mujeres chilenas”, contó por ejemplo, declarando que era momento de buscar otra “nanny” chilena, desatando la locura de las fans. Más tarde incluso lanzó a capella unos versos de la cueca Cuando pa’ Chile me voy.

Con diferencia­s

A pesar de que el concierto en Santiago, al que llegaron Cecilia Bolocco y Coco Le- grand, tuvo muchas similitude­s con los que realizó antes en Antofagast­a y Concepción, también hubo momentos especiales, como cuando cantó una versión de My sweet lord, de George Harrison. El final, de todas formas, fue igual que en sus paradas anteriores, con Me va, me va y la incertidum­bre frente al regreso. “No sé si voy a volver a Chile. Yo tengo muchas deudas con el pueblo chileno, pero les doy las gracias por quererme gratis”, dijo cerca del final.

Esta noche, para las 21.30 horas está anunciado el inicio de la última presentaci­ón de Iglesias en Chile durante esta pasada. Será en el casino Enjoy Santiago, donde el español también se hospedará, para mañana partir del país en su avión privado. Su próximo concierto es en Buenos Aires.

Por ULIO Iglesias enfrenta el crepúsculo de su vida artística bajo una impronta clara: reducir su extenso material a melodías simples, apenas sostenidas por su susurro y su banda de seis músicos. Ahí donde coetáneos como Tom Jones o Paul Anka suman vigor a través de las grandes orquestas, el español ha ensamblado sus clásicos en texturas cercanas a la new age, como un telón frágil y etéreo que a momentos apenas se hace audible, dejando en primer plano sus quejidos tan propios como inmortales, hoy parte de una garganta que -pese a que nunca fue dotada y se camuflaba tras su facha de playboy de resort y el trabajo de compositor­es excelsos- se arrastra con dificultad­es. Más que nunca, Iglesias no canta: temas como Quijote o Echame a mí la culpa son apenas susurrados en baja frecuencia y con una agrupación carente de musculatur­a instrument­al.

Pero el artista, apelando al mito histórico que construyó en torno a su personaje, encubre cualquiera de sus debilidade­s actuales con trucos escénicos que hasta hoy lo hacen único en Hispanoamé­rica: con sus historias de alcoba, sus piropos desmedidos hacia Chile, sus gestos torpes, con el micrófono ladeado y esa mano que se balancea constante sobre su pecho, aún logra emocionar y establecer con autoridad su legado. Recursos despachado­s de memoria para el hombre que inventó la figura del galán latino de bata y alpargatas. En el epílogo de su trayectori­a y sus capacidade­s escénicas, el español aún maneja un libreto que satisface a su audiencia.

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