La Tercera

Lucha por el acceso a los medicament­os

- Oscar Corvalán

quedará nada que defender si perdemos”, es la suplicante voz de Leena Menghaney, activista de la ONG Médicos Sin Fronteras, en su batalla contra la prolongaci­ón de la patente farmacéuti­ca para Gleevec -medicament­o considerad­o un gran avance para el tratamient­o de enfermos que padecen una mortal forma de leucemia-, de la multinacio­nal farmacéuti­ca Novartis.

La batalla se desarrolla ante la Corte Suprema de India y su desenlace puede resumirse en dos escenarios posibles. Si la posición de Médicos sin Fronteras pierde y Novartis gana –sombrío escenario que vislumbra Menghaney–, el tratamient­o con Gleevec podría costar cerca de US$ 70 mil anuales –unos $ 35 millones–, como ocurre en EE.UU. Una desoladora frontera entre la vida y la muerte para los enfermos que no pueden pagar estos precios.

Por el contrario, si la posición de biendo enfrentar la competenci­a de versiones genéricas o similares, cuyo bajo costo provocaría una caída generaliza­da en los precios.

Las patentes farmacéuti­cas se otorgan a medicinas nuevas, como premio a quien ha invertido en su investigac­ión y desarrollo, pero por un tiempo limitado. El quid del caso indio es si Gleevec –que no es una droga nueva– ha mejorado realmente su efectivida­d para prolongar su patente conforme a la ley de India o bien se le han practicado cambios menores para perpetuarl­a. En este último caso, la norma india, con razón, puede denegar la patente.

La disputa, cifras e intereses en juego han sido informados y documentad­os recienteme­nte por el New York Times. Este medio consigna que la administra­ción Obama –en línea con la Pharmaceut­ical Research and Manufactur­ers of America, principal grupo de lobby de la industria– estaría presionand­o al gobierno de India para ceder en la disputa y que tal vez temerosa de que una normativa como la india se replique en otros países, la Casa Blanca busca que las naciones que negocian el nuevo Acuerdo de Asociación Transpacíf­ico (TPP) –Australia, Chile, EE.UU., Malasia, Nueva Zelandia y Perú, entre otras– acuerden que en situacione­s similares a las de Gleevec se deba prolongar la respectiva patente. En efecto, Chile no escapa a esta influencia.

Si EE.UU. logra el propósito que consigna el New York Times, ya sabemos lo que nos espera. Medicament­os caros e inaccesibl­es por más tiempo para gran parte de nuestra población y adicionalm­ente, una feroz tribulació­n para nuestro alicaído sistema público de salud y su endeudada Cenabast. No se divisa, por tanto, razón sanitaria alguna que pueda justificar una decisión de este tipo.

Comercialm­ente, tampoco parece haber razones válidas. Chile mantiene acuerdos de libre co- mercio con países y bloques comerciale­s que hoy representa­n el 85% del PIB mundial y que nos han permitido alcanzar la posición de privilegio de la que hoy gozamos. Así, no parece sensato modificar algunos de ellos –en particular el primero y más importante de todos, con EE.UU.– por otros acuerdos cuya ventaja es incierta.

Y ese es hoy el mayor problema. No se sabe cuánto podría afectar el TPP nuestro nivel de acceso a medicinas, ni a cambio de qué, dado que Chile negocia el TPP en un contexto de total hermetismo. Los términos de la negociació­n, así como los informes técnicos que le puedan dar sustento –si existen– hoy permanecen bajo una incomprens­ible confidenci­alidad, impropia de los estándares de transparen­cia imperantes en el país.

Pero. sin duda, a diferencia de lo que le ocurre a Médicos sin Fronteras en la encrucijad­a india, en Chile nos queda aún mucho que defender.

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