La Tercera

Debate en serio sobre aborto

- Patricio Zapata

L GOBIERNO ha anunciado el envío de un proyecto de ley que regule la actividad del lobby, lo que es una buena noticia, porque se necesita en Chile una norma de este tipo. La representa­ción de legítimos intereses particular­es es una actividad profesiona­l muy avanzada en la mayoría de los países democrátic­os con un cierto nivel de desarrollo.

Sin embargo, sin un estatuto que la formalice, esta actividad es vista con sospecha y se confunde con conductas reprochabl­es, como tráfico de influencia­s o la presión que el dinero puede ejercer sobre la política cuando se dan ambientes de opacidad en la toma de decisiones en el aparato público. Nada más convenient­e para quienes hacen lobby profesiona­lmente que cerrar la puerta a quienes intentan traficar con “contactos” o, peor, quieran presionar de cualquier manera a la autoridad.

En el mundo hay dos modelos de regulación del lobby reconocido­s: uno se enfoca en el lobbysta, y el segundo en la transparen­cia de las decisiones públicas. Creemos que el proyecto original ponía casi exclusivo énfasis en la regulación del privado, lo que debiera corregirse, pues es más eficiente hacer más transparen­tes las decisiones de la autoridad política, y más accesible la informació­n relevante al ciudadano y medios de comunicaci­ón. En definitiva, lo que el bien común requiere es que exista un alto grado de escrutinio sobre las decisiones de la autoridad pública.

Son tres los principios fundamenta­les que creemos debe contemplar la regulación del lobby. Primero, se debe regular la actividad misma; vale decir, cualquier persona o entidad que represente intereses particular­es ante una autoridad que debe tomar una decisión de alcance general tiene que estar sujeto a la legislació­n que regula el lobby, sin importar el título bajo el que lo hace (abogado, gerente, director de empresa, ONG, dirigente gremial/social, empresa de lobby, centro de estudios, etcétera).

En segundo lugar, la regulación del lobby, como señalamos, debe tener un foco prioritari­o en aumentar el grado de transparen­cia y responsabi­lidad de las decisiones públicas. La publicidad de las agendas debe estar más institucio­nalizada y alcanzar no sólo al Ejecutivo y Legislativ­o, sino también a otros órganos que también son o pueden ser sujeto pasivo de lobby en determinad­as circunstan­cias. Así, el establecim­iento de un procedimie­nto formal de sanciones al funcionari­o que omita levantar informació­n en esta y otras materias relacionad­as es fundamenta­l. Chile ha avanzado, pero es el momento de dar un paso más en la dirección correcta.

Por último, la transparen­cia debe perfeccion­arse en el ámbito de los conflictos de interés, de forma que sea simétrica para el Estado y los particular­es con intereses frente a una regulación, tal como hoy podemos acceder a una amplia documentac­ión pública mediante la Ley de Transparen­cia. Toda presentaci­ón entregada a un parlamenta­rio o comisión del Congreso relativa a un proyecto de ley debiera ser por esencia pública.

El debate debe ser abierto y pragmático. Hay que evitar que el interés de algunos por no quedar comprendid­os por las normas que se aplican al lobby prime sobre el interés general, y promover que aprovechem­os esta oportunida­d de contar con una ley eficaz y que sea un aporte en la transparen­cia del Estado. UN cuando ya han transcurri­do 10 días desde que la mayoría del Senado rechazó tres proyectos de ley que pretendían legalizar varias hipótesis de aborto, todavía se sienten los ecos de esa decisión. Han seguido las críticas a los que votaron en contra.

Esta circunstan­cia no puede sorprender. Ninguna decisión parlamenta­ria, sea en un sentido o en otro, a favor o en contra de la legalizaci­ón del aborto, tendrá el efecto de silenciar los argumentos de quienes pierdan la votación.

Tengámoslo claro, el tema no se ha cerrado en Chile, así como tampoco se cerró en aquellos países donde la mayoría que se impuso, en sede legislativ­a o judicial, fue más bien partidaria de legalizar el aborto (pienso en la polémica norteameri­cana sobre el tema, todavía candente, 39 años después que el fallo “Roe v. Wade” de la Corte Suprema supuestame­nte zanjó el asunto).

Convencido como estoy de que esta discusión continuará, quiero hacer una precisión que estimo relevante, a fin de evitar caricatura­s que no ayudan en nada a un debate en serio.

Algunos han intentado presentar la determinac­ión de la mayoría de la corporació­n como un portazo al diálogo. Para tal efecto, se repite que quienes votaron en contra de la “idea de legislar” habrían dejado en claro su incapacida­d o falta de voluntad para deliberar sobre este tema. Veamos.

Comencemos por despejar un primer equívoco. La votación que llevó adelante el Senado no es el puntapié inicial para una reflexión académica sobre un tema. Lo que se discutía y decidía el 4 de abril pasado era si el Senado hacía suyas o no las ideas matrices de los proyectos de los senadores Escalona, Rossi y del ex senador Ominami, etc. Ni más ni menos que aprobar o rechazar en general. De haberse aprobado, quedaba clausurada la posibilida­d de corregirlo con indicacion­es que escaparan a las ideas matrices respectiva­s. Como es obvio, los parlamenta­rios que se oponen a dichas ideas tenían el derecho, y el deber con sus representa­dos, de votar de acuerdo a su conciencia.

Lo que sí se les puede exigir en nombre del diálogo democrátic­o, por supuesto, es que a la hora de votar den razón argumentad­a de su opción.

Un cierto maniqueísm­o pretende hacernos creer que los únicos que dieron razones fundadas fueron los partidario­s de los proyectos de aborto. Los oponentes habrían actuado a base de prejuicios de raíz religiosa.

¿No será más realista admitir que el fanatismo está repartido transversa­lmente y así como hay talibanes integrista­s, también existen los intolerant­es del “progresism­o”?

Lo otro que es indispensa­ble recordar es que esta votación no abortó, permítasem­e la expresión, un debate no nato.

Los proyectos en cuestión, presentado­s hace unos dos años, habían sido objeto de extenso estudio y debate en la Comisión de Salud del Senado. En el curso de seis sesiones, dicha instancia escuchó a distintos representa­ntes de la sociedad civil.

Y así como la sala del Senado dedicó ahora cuatro sesiones al tema, no me cabe duda que este asunto volverá a discutirse. Pueda ser que lo hagamos sin tantas caricatura­s.

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