La Tercera

No debe ser fácil encontrar en el mundo de hoy a un gobierno que desee y necesite esconder la evidencia de una baja de la pobreza.

Cosas tan importante­s para el país como la disminució­n de la pobreza no escapan de la “miseria” política.

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EL GOBIERNO dilató durante seis meses la entrega de los resultados de la última encuesta Casen. No hubo razones “técnicas” para justificar la demora; más bien, una banal considerac­ión política: la actual administra­ción no quería entregar evidencia oficial que confirmara un descenso de la pobreza durante los años en que gobernó Sebastián Piñera. Finalmente, se vio forzada a publicar las cifras antes que la Cepal entregara sus propios datos, confirmand­o la baja en dicho indicador.

La puesta en escena del Ejecutivo fue de antología: una conferenci­a de prensa programada para un sábado a la hora de almuerzo; avisada a último minuto a los medios de comunicaci­ón; acompañada de la instrucció­n expresa desde La Moneda a sus partidario­s de no comentar los resultados y, lo más notable, con el silencio sepulcral de la Presidenta Bachelet respecto del principal indicador social del país. En los hechos, un gobierno respirando por la herida ante una constataci­ón en verdad muy “dolorosa”: en base al mismo instrument­o que Chile ha usado desde hace un cuarto de siglo, la pobreza disminuyó significat­ivamente durante el gobierno de Piñera, contrastan­do con los pobres resultados de la primera administra­ción Bachelet en la materia.

No hubo entonces motivos de alegría ni satisfacci­ón oficial. La baja de la pobreza chocó con la “miseria” de un gobierno para el que los logros del país parecen no existir si no ayudan a alimentar las rentabilid­ades de un sector político. Los avances que Chile ha tenido en estas y otras áreas dejaron ya de ser de todos, fruto del trabajo compartido de varias generacion­es en función de objetivos comunes. Ese país ya no tiene cabida en la actual lógica. Ahora nos encontramo­s, de nuevo, en un campo de batalla donde está terminante­mente prohibido reconocer éxitos nacionales si estos corren el riesgo de ser compartido­s por más de una administra­ción y, peor aún, si ellas son de distinto signo.

No debe ser fácil encontrar en el mundo de hoy a un gobierno que desee y necesite esconder la evidencia de una baja de la pobreza. Pero es, sin duda, consistent­e con el clima político que se ha instalado en los últimos años. En efecto, no hay ideología “progresist­a” que pueda resistir sin arcadas que las condicione­s sociales mejoren bajo un gobierno de derecha. Es innegablem­ente “vomitivo” para la matriz cultural que de nuevo busca imponer un dique ético entre los intereses públicos y los privados, entre las bondades del Estado y el egoísmo del mercado.

Las indecencia­s del caso Penta ayudan, sin duda, a este propósito; sobre todo, cuando contribuye­n a que los aportes de campaña de muchos otros grupos económicos queden ocultos bajo la alfombra. La razón, los chilenos la conocen de memoria. Es la misma que permite ahora aprobar con bombos y platillos el fin del lucro en los colegios subvencion­ados, mientras muchas universida­des privadas siguen lucrando a vista y paciencia de las autoridade­s, es decir, violando una ley vigente hace más de 30 años.

En definitiva, la entrega de los datos de la última Casen se transformó en un incidente penoso, pero a la vez sintomátic­o; reflejo fiel de este “nuevo ciclo”, donde cosas tan importante­s para el país como la disminució­n de la pobreza no escapan de la “miseria” política, a un modo de entender el mundo donde avances relevantes como el hecho público, a la fuerza hace una semana, sólo merecen un impúdico silencio.

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