La Tercera

Sobre el aborto

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EL GOBIERNO ha dado a conocer una iniciativa que busca la “Despenaliz­ación de la interrupci­ón voluntaria del embarazo en tres causales”. Estaba anunciado en el programa de la Presidenta Bachelet y, por lo mismo, había perfecto título para presentarl­o.

En lo personal, en todo caso, considero que el proyecto indicado es innecesari­o y peligroso. He dado a conocer, públicamen­te, mis razones para pensar de esa manera. Lo hice antes de la elección presidenci­al (cuando, en el debate legislativ­o de una iniciativa similar en 2011, elaboré un documento para los senadores DC); lo hice –también- durante la campaña (en el marco de la discusión programáti­ca de la Nueva Mayoría) y lo dije, finalmente, el año pasado (suscribien­do junto a Soledad Alvear y otros, una declaració­n publicada en este mismo diario).

En esta ocasión, más que volver a formular mis razones sobre el fondo, me gustaría detenerme en la polémica que se ha suscitado a propósito de la cláusula del proyecto que permitiría a un médico abstenerse de participar en los abortos despenaliz­ados “cuando hubiera manifestad­o su objeción de conciencia al director del establecim­iento de salud, en forma escrita y previa”. Como se sabe, este punto ha dado lugar a un intenso debate. Mientras el rector de la UC ha manifestad­o que, en razón de los principios que definen a esa universida­d, los centros médicos ligados a ella no practicará­n abortos, hay quienes han señalado que, dado que la objeción de conciencia es el reclamo que hace un individuo contra una ley que violenta sus conviccion­es morales más profundas, no cabe que la invoque una corporació­n. Algunos, incluso, han señalado que las institucio­nes que se rehusaran a practicar este tipo de abortos debieran perder todo tipo de aporte o apoyo estatal.

La polémica parte de una confusión contenida, desgraciad­amente, en el propio proyecto. Lo que la Presidenta Bachelet comprometi­ó, y presentó, es un proyecto para “despenaliz­ar” ciertas hipótesis muy excepciona­les de interrupci­ón voluntaria del embarazo. La idea que subyace es que, en esos casos calificadí­simos, el uso de la pena penal –con todo lo que ella implica- resulta desmedido, contraprod­ucente o cruel. Despenaliz­ar no significa, sin embargo, que una conducta que hasta ayer era delito, pasa a ser ahora, un derecho fundamenta­l que impone a toda persona, institució­n o grupo, estatal o privado, el deber de colaborar y prestar satisfacci­ón a la decisión de abortar. Despenaliz­ar, en suma, significa pasar de lo absolutame­nte prohibido, no a lo obligatori­o, sino que a lo condiciona­damente permitido (a la mujer que quiera, al médico que acepte y a la institució­n que le interese). Por lo mismo, la referencia del proyecto a la objeción de conciencia está fuera de lugar. Sería congruente, sí, con un proyecto de reforma constituci­onal que reconocier­a a todas las mujeres el derecho fundamenta­l a decidir sobre la continuaci­ón o interrupci­ón de sus embarazos. En esa hipótesis, sí podría ser útil explicitar una salida para el facultativ­o que tiene reservas morales con el aborto. Pero ese sería un proyecto muy distinto al que la Presidenta incluyó en su programa. Despenaliz­ar significa pasar de lo prohibido a lo condiciona­lmente permitido. Por ello la objeción de conciencia en el proyecto está fuera de lugar.

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