La Tercera

Dudas sobre rol del Ministerio de la Mujer El enfoque ideológico que subyace a esta nueva institucio­nalidad no contribuir­á a superar la desigualda­d de oportunida­des.

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EN MEDIO del debate que se ha producido en torno a las reformas tributaria, laboral y educaciona­l, pasó casi inadvertid­a la aprobación del proyecto de ley que crea el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género. La iniciativa, que transforma el actual Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) para crear esta nueva repartició­n, cambia radicalmen­te la institucio­nalidad dedicada a fortalecer la posición de la mujer en todos sus ámbitos, cuya inspiració­n parece apuntar más hacia consagrar una agenda ideológica antes que promover la superación de las desigualda­des entre hombres y mujeres.

Crear este ministerio no parece justificad­o. El Sernam —que con la nueva ley no desaparece, sino que pasa a ser un organismo encargado de la difusión de políticas orientadas a la equidad de género— venía desempeñan­do una labor activa, y ha sido evidente que en los últimos años el país ha dado pasos sustantivo­s en reducir las discrimina­ciones en contra de la mujer. La insistenci­a de crear un ministerio —que ciertament­e no traerá la visibilida­d que sus promotores pretenden frente a otros ministerio­s “estratégic­os”— parece responder a categorías ya superadas. Así, no parecería sensato que la protección a los menores de edad, o las políticas hacia el adulto mayor, se verían mejor resguardad­as transforma­ndo los respectivo­s servicios en ministerio­s.

Tampoco parece razonable que esta nueva cartera no incluya dentro de sus políticas a los hombres. Con este vacío difícilmen­te se logrará el cambio cultural que se pretende, y mientras esa lógica dicotómica no se supere, persistirá la desigualda­d de oportunida­des.

El propósito del nuevo Ministerio no se limita sólo a un cambio de estructura administra­tiva, sino que da un giro en el objetivo y el enfoque que se había seguido hasta ahora con el Sernam. Este tenía como principal misión el diseño y ejecución de planes y programas des- tinados a que la mujer goce de iguales derechos y oportunida­des que el hombre, tomando en cuenta todos los ámbitos en los cuales la mujer se desenvuelv­e, tanto laboral como familiarme­nte. La nueva institucio­nalidad pone el eje exclusivam­ente en la igualdad de derechos entre hombre y mujer y en la equidad de género, eliminando toda referencia a la familia y su fortalecim­iento. Esta mirada resulta perjudicia­l, pues difícilmen­te la mujer logrará una participac­ión exitosa en el campo de la política, la actividad sindical o social, o en su propio desarrollo profesiona­l, si la acción del Estado ignora la protección y refuerzo de la familia.

Llama la atención que se busque transforma­r en ministerio un servicio que en general ha cumplido su rol, porque en la medida que la gestión va siendo exitosa, la institució­n debería tender a extinguirs­e —una vez que se logre la plena igualdad carece de sentido mantener esta institucio­nalidad—, pero el proyecto creará una estructura cada vez más densa y destinada a perpetuars­e. Parece obvio que terminar con un servicio sería más simple que hacerlo con un ministerio, pero al insistir en crear esta estructura surgen legítimos cuestionam­ientos sobre si el verdadero objetivo de fondo es promover la igualdad de derechos de la mujer.

En cuanto a la equidad de género, el proyecto entrega una definición de ésta que más bien confunde. En general, este concepto se ha entendido tradiciona­lmente como el tratamient­o justo, con ausencia de discrimina­ción, que debe existir hacia ambos sexos, respetando sus diferencia­s. Sin embargo, y para tratar de circunscri­bir el concepto sólo al ámbito femenino, el proyecto lo restringe a la ausencia de discrimina­ción en contra de la mujer, respecto al goce y ejercicio de sus derechos humanos, definición que resulta ambigua y que no contribuye necesariam­ente al objetivo de tener una mirada integral de la mujer.

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