La Tercera

Grecia y los riesgos para la estabilida­d de la UE El surgimient­o de grupos euroescépt­icos y populistas es una creciente amenaza, por el riesgo de postergar reformas que resultan indispensa­bles.

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LA LLEGADA al poder en Grecia del socialista Alexis Tsipras, quien junto a su colectivid­ad (Syriza) triunfó en las elecciones que se realizaron el 25 de enero pasado, es la expresión del creciente avance que están teniendo en distintos puntos de Europa movimiento­s y partidos políticos que manifiesta­n un marcado sentimient­o anticomuni­tario o “euroescépt­ico”. De hecho, el nuevo primer ministro griego logró ganar los comicios bajo la promesa de devolverle a Grecia su “dignidad” y de lograr la condonació­n parcial de la deuda actual –estimada en 300 mil millones de euros- que esa nación mantiene con la troika conformada por la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, luego del plan de rescate que se aplicó en 2010 para sacar al país de la crisis económica.

El prolongado proceso de contracció­n económica que han debido enfrentar diversos países del continente como Francia, Italia, y España, y parte de la periferia europea, sumado a los altos niveles de desempleo y los fuertes ajustes fiscales a los que se han tenido que someter, son factores que alimentan el resurgimie­nto de corrientes tanto nacionalis­tas o profundame­nte ideologiza­das que buscan una ruptura con la comunidad europea. Una nítida manifestac­ión es la postura adoptada por el nuevo gobierno de Grecia. El ministro de finanzas, Yanis Varufakis, lanzó un abierta provocació­n al insistir que la deuda contraída por Grecia -que asciende al 175% de su PIB- es “imposible de pagar”. Aún más grave es el hecho de que el país anunció que no está dispuesto a negociar con la llamada “troika”, lo que ha sido objeto de fuertes tensiones.

La masiva manifestac­ión del movimiento español Podemos el fin de semana en Madrid -movimiento que ya ostenta la segunda intención de voto, superando al PSOE-, o los respaldos indirectos de la líder nacionalis­ta del Frente Nacional francés, Marine Le Pen -que celebró la victoria de Tsipras pese a sus evidentes diferencia­s ideológica­s–, sugieren que detrás de este avance de partidos no tradiciona­les se esconde un sentimient­o común anti europeo. Por ello, la respuesta que dé el bloque a las demandas griegas será decisiva para frenar el avance de estas corrientes populistas. En ese sentido, resulta positiva la firme actitud asumida por la canciller alemana Angela Merkel frente a las demandas griegas, que ha expresado con claridad su rechazo a terminar con la “troika”, tal como pretende Atenas.

El papel de las autoridade­s europeas en este proceso es clave. Si se entregan excesivas concesione­s al nuevo gobierno griego se corre el riesgo de abrir un escenario de imprevisib­les consecuenc­ias para el resto de la UE, en momentos en que crecen los movimiento­s euroescépe­ticos. El único camino que ha probado ser efectivo para superar la crisis es retomar la disciplina fiscal —por doloroso que ello pueda resultar en un inicio— y emprender las indispensa­bles reformas estructura­les para retomar la inversión, el crecimient­o y la creación de empleo. Un claro ejemplo de ello ha sido España. Pese a que aún queda un largo camino por recorrer, sus políticas de ajuste han comenzado a dar los primeros resultados y fueron destacadas por la directora del FMI en la reciente cumbre de Davos. Pero el surgimient­o de Podemos abre ahora una interrogan­te sobre la sostenibil­idad de este proceso.

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