Nuevo ataque a la prensa en Argentina
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UNA NOTA publicada hace unos días en el diario argentino Clarín, en la que se informó que el fallecido fiscal Alberto Nisman habría considerado pedir la detención de la Presidenta Cristina Fernández en la causa que investigaba por eventual encubrimiento de los responsables del atentado a la Amia ocurrido en 1994, provocó la ira del jefe de gabinete de la Casa Rosada, Jorge Capitanich. Este, aprovechando las cámaras de televisión instaladas en una rueda de prensa que ofreció, rompió un ejemplar del mencionado diario, acusando al medio de comunicación de “faltar a la verdad” y denunciando que “se pretendía hacer un montaje a partir de una denuncia con un contenido falso”.
Este lamentable episodio es otra muestra más del constante hostigamiento que deben soportar los medios de comunicación y los profesionales de la prensa en ese país que no son afines al oficialismo. Un gesto de amedrentamiento de esa naturaleza marca un pe- ligroso precedente, en especial cuando se han levantado sospechas hacia el propio gobierno, tarea donde la prensa jugará un rol decisivo para ayudar a develar las circunstancias en que falleció el fiscal.
La violenta amenaza hacia Clarín provocó que diversos sectores de la sociedad argentina salieran a rechazar la actitud del jefe de gabinete de la Casa Rosada. Ello es un hecho positivo, pues entrega una señal clara de que hay un sentir mayoritario que rechaza este tipo de amedrentamientos.
Sin embargo, aquello no parece ser un impedimento para que el gobierno de Cristina Fernández continúe desplegando una campaña permanente de descrédito hacia la prensa -tal como en reiteradas ocasiones lo ha denunciado la Sociedad Interamericana de la Prensa, situación que probablemente se verá agravada en un año de elecciones presidenciales, donde el kirchnerismo se juega su continuidad en el poder.