La Tercera

Una deuda pendiente en América del Sur

- Amerigo Incalcater­ra

LOS sistemas penitencia­rios de América del Sur comparten una serie de problemas crónicos que no han sido enfrentado­s en forma adecuada ni resueltos por los Estados. En la región, presenciam­os constantem­ente situacione­s de violencia carcelaria, que van desde agresiones entre internos –muchas veces con resultado de muerte-, hasta torturas y malos tratos, e incluso homicidios por parte del personal de custodia. Esta violencia se ve alimentada por la ausencia de una política criminal y penitencia­ria, que se traduce en elevados niveles de hacinamien­to y condicione­s de detención e infraestru­ctura inadecuada­s. Esto se relaciona con la falta de medidas alternativ­as a la privación de libertad, el uso excesivo de la prisión preventiva y las dilaciones de los procesos judiciales. Vemos que en la región se ha perdido el rol resocializ­ador del Estado, y que las cárceles se han transforma­do en simples depósitos de personas. Los Estados ya han superado la etapa de los diagnóstic­os, conocen perfectame­nte la realidad de sus sistemas penitencia­rios y saben bien dónde están los problemas. Ahora, es urgente dar el salto hacia la implementa­ción: los Estados deben crear estrategia­s amplias y efectivas, y adoptar una política criminal y penitencia­ria seria, además de asignar un presupuest­o adecuado para

Por esta transforma­ción, lo que también implica aumentar significat­ivamente la remuneraci­ón de las y los funcionari­os, de acuerdo a sus responsabi­lidades. En ese desafío, los Estados deberían tener muy en cuenta los estándares y las recomendac­iones realizadas por los mecanismos de expertos nacionales e internacio­nales de derechos humanos. También es fundamenta­l –y constituye una obligación internacio­nalrealiza­r una adecuada selección y profesiona­lización de los agentes penitencia­rios, y que se incorpore de forma permanente y continua la capacitaci­ón en derechos humanos de todos los operadores que tengan relación con personas privadas de libertad, como jueces, funcionari­os penitencia­rios y policiales, personal de salud, etc. Por otra parte, los Mecanismos Nacionales de Prevención de la Tortura (MNP) son herramient­as esenciales para combatir la falta de transparen­cia en los centros de detención, permitiend­o una fiscalizac­ión periódica e independie­nte. Los MNP son entidades autónomas conformada­s por expertos independie­ntes, que visitan los centros de detención y, sobre esta base, realizan recomendac­iones al Estado. Los MNP pueden proponer medidas concretas para prevenir violacione­s de derechos humanos, principalm­ente la tortura y los malos tratos. Como varios Estados de la región, Chile se comprometi­ó internacio­nalmente a crear un MNP, al ratificar en 2008 el Protocolo Facultativ­o de la Convención de la ONU contra la Tortura. Al día de hoy, ese órgano de supervisió­n no existe. Es de esperar que el país honre este compromiso y establezca prontament­e un mecanismo de este tipo, en línea con esta obligación asumida voluntaria­mente. De los 14 países de América Latina que han ratificado este protocolo, Chile es uno de los dos que no han avanzado en el establecim­iento de un MNP.

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