“Aborto y poderes fácticos”
Señor director: En una columna publicada el jueves en la edición de La Tercera, Gloria de la Fuente califica como inaceptable la “puesta en escena” de “ciertos poderes fácticos” en relación al proyecto que despenaliza el aborto. En su opinión, tal actitud -que no explica por qué considera amenazante- no forma parte constitutiva de la libertad de expresión como principio de la democracia.
No se entiende su propuesta. Por un lado acepta -quizás pudo usar un término algo más comprometido- que las agrupaciones contrarias al aborto tengan la posibilidad de expresar su punto de vista, pero en paralelo le parece un exceso -al margen de la libertad de expresión- que esos mismos grupos intenten públicamente influir en quienes tienen a su cargo definir estas materias en el Congreso. ¿Acaso no es eso lo que hacen, por ejemplo, los centros de estudios como el que ella integra? ¿Acaso esa pretensión de ser influyentes no supone, además, un determinado punto de partida valórico?
Señala también que no es aceptable que los parlamentarios voten sobre la base de sus propios principios, pues lo que cabe esperar es que lo hagan atendiendo al bien común. Me pregunto, ¿el bien común que ella está pensando está vaciado de consideraciones valóricas? ¿Es eso posible? Contrario a lo que sugiere, la última garantía de independencia en la actuación legislativa de los parlamentarios radica en sus convicciones personales, dadas a conocer a la ciudadanía, que pugnan con las órdenes del partido o la captura por parte de otras organizaciones. ¿O prefiere un político sin convicciones?
Las distintas visiones relativas al contenido del bien común le dan sentido al debate político. Cuando se acepta que a algunas de ellas, por ejemplo las religiosas, no les asiste el derecho a intentar ser públicamente influyentes, no sólo se atenta contra la igualdad a la que alude en su columna, sino que se deja a la libertad de expresión reducida a una especie de simple desahogo. teria de debate.
Sin embargo, es bastante claro que tanto el inicio de la vida como su término no son generados por el actuar de la medicina, sino que ella se encarga justamente de lo que ocurre entre ambos momentos. No necesitamos acudir a un médico para generar un embarazo sino, a lo sumo, para facilitarlo, ya que no está en él la propiedad de generar al nuevo individuo. Del mismo modo, la muerte ocurre independiente del actuar médico y éste sólo se encarga de asistir en su transición.
¿Por qué sería legítimo hoy pedirle a la medicina actuar sobre materias que no le competen?