La Tercera

Mentir y arrasar

- Pablo Ortúzar

BACHELET ha jugado por segunda vez la carta del aborto para desviar la atención pública desde sus reformas hacia la cancha “valórica”. Lo hizo con la tributaria y ahora con la educaciona­l. Y aunque esta maniobra es ya común, a veces viene acompañada de detalles que son valiosos para comprender la mentalidad política de quienes van tomando con avidez varias de las riendas del poder en Chile.

Un ejemplo de lo anterior es la pretensión de parte del grupo de poder gobernante de obligar a la Universida­d Católica a practicar abortos en su red de salud. Este caso es interesant­e como radiografí­a de dos patologías que han acompañado a las corrientes dominantes de la izquierda durante toda su vida: la sensación perversa de superiorid­ad moral y el desprecio absolutist­a por las organizaci­ones intermedia­s.

En cuanto a lo primero, resulta más o menos claro que el gobierno generó un proyecto de ley que como ha señalado el profesor Patricio Zapata, es un engendro entre el aborto libre y la despenaliz­ación de ciertos casos. Esto ocurre porque creen que lo primero es lo mejor, pero que sólo lo segundo cuenta con algún apoyo popular. Así, se opta por un proyecto tramposo con la convicción prometeica de que con eso le hacen un bien al pueblo chileno, aunque para ello tengan que pasarle gato por liebre. No es raro que quienes se creen incorrupti­bles portadores del progreso terminen creyéndose también justificad­os para violar las reglas que imponen con celo a los demás.

Respecto a lo segundo, cierta izquierda hereda de la tradición absolutist­a la convicción de que toda organizaci­ón intermedia es una amenaza al “interés gene- ral”, que sólo puede realizarse a través de la ley si el vínculo entre ella y cada individuo es purificado de intereses parciales. Para lograr eso, el Estado debe arrasar con los cuerpos intermedio­s y estandariz­ar a los ciudadanos. La violencia de los socialismo­s reales contra los indígenas, los gitanos, los campesinos, los judíos, los homosexual­es, la familia, las iglesias y cualquier organizaci­ón o forma de vida que no estuviera bajo el control del régimen, nacen precisamen­te de esta visión purificado­ra, al igual que los ataques recibidos por la Universida­d Católica durante estos días, incluyendo la amenaza de expropiaci­ón hecha por un legislador de la República.

Cuando estas patologías se exacerban, su resultado es la destrucció­n de lo público, entendido como espacio de encuentro en igual pie de diversas perspectiv­as y formas de existencia. También lo es la muerte del pluralismo y de la tolerancia como modos de convivir. Una minoría organizada convencida de su superiorid­ad moral e intelectua­l, que se hace del aparato estatal y lo utiliza para borrar del mapa cualquier otra organizaci­ón civil engendra espacios de abuso radical.

Frente a esta amenaza, las banderas de la sociedad civil, la subsidiari­edad, la autonomía y el pluralismo no son banderas “de derecha”, sino, tal como lo entendiero­n George Orwell, Albert Camus y Simone Weil en su momento, los estandarte­s de la causa más digna de todas: la resistenci­a contra los excesos del poder. Con el proyecto de aborto la izquierda reflota dos de sus patologías: sentirse moralmente superior y su desprecio por las entidades intermedia­s.

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