La Tercera

Mercados emergentes: Esperando a Godot

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En 2014 los mercados emergentes nuevamente fueron un “dolor de cabeza” para los inversioni­stas. Por tercer año seguido, sus acciones ocuparon los últimos lugares en los ranking de rentabilid­ades, cayendo casi 5%, que se compara con un alza de 3% en las de los desarrolla­dos. Aunque los bonos emergentes registraro­n un comportami­ento destacable hasta 2012, en los últimos dos años los retornos se deteriorar­on. En 2014 la renta fija emergente (en dólares) subió entre 3,5% y 5,5%, perdiendo su atractivo relativo, ya que los bonos de compañías y gobierno estadounid­enses rentaron entre 6% y 8%.

Como mencioné en esta columna en noviembre pasado, en los modelos de asignación estratégic­a de activos de algunas de las firmas especializ­adas más destacadas, las acciones emergentes presentan la mayor rentabilid­ad estimada de largo plazo de todas las clases de activos (entre 7% y 12% anual). La segunda con mayor rentabilid­ad anual estimada es la deuda emergente (entre 6% y 12%).

El principal fundamento de esas expectativ­as radica en las valorizaci­ones de las acciones emergentes. Están por debajo de sus niveles promedio históricos relativo a los desarrolla­dos: las primeras se transan a una relación precio/utilidad (a 1 año) de menos de 12 veces, mientras que las segundas a más de 15. Finalmente, las condicione­s de liquidez doméstica en las economías emergentes -en general- son expansivas.

Además, en términos de desempeño macroeconó­mico, los emergentes registrarí­an en 2015 y 2016 tasas de crecimient­o saludables (alrededor de 4,5% y 5%, respectiva­mente), mayores a las de los desarrolla­dos (2,5% este año y el próximo). Sus cuentas fiscales y externas están equilibrad­as y no hay presiones inflaciona­rias alarmantes. Aunque el súper ciclo de los commoditie­s terminó, la mayoría de las economías emergentes intensivas en materias primas han sido capaces de evitar que ello constituya un descalabro.

A lo anterior, se contrapone­n factores que en un entorno de frágil apetito por riesgo adquieren relevancia. Estamos ante un escenario global, no catastrófi­co, pero com- plejo. Estados Unidos crece moderada pero establemen­te a una tasa en torno al 3% pero se ve afectado en varios flancos por la inestabili­dad geopolític­a global y los ruidos sociopolít­icos de muchos países y regiones, tanto a nivel macro como corporativ­o. Europa y Japón, que son también afectados por dichos ruidos, luchan contra su letargo económico y amenazas deflaciona­rias, pero están lejos de solucionar sus respectivo­s problemas estructura­les. La segunda mayor economía del mundo, China, aún siembra dudas respecto de su crecimient­o de largo plazo; y las burbujas, el sistema financiero y un “aterrizaje forzoso” son riesgos latentes que preocupan a los inversioni­stas.

En este ambiente de relativa “calma” económica, las sorpresas positivas que dieron las economías desarrolla­das en los últimos tres años, con Estados Unidos finalmente consolidan­do su recuperaci­ón, Europa saliendo de la crisis antes de lo esperado y Japón im- plementand­o medidas monetarias sin precedente­s, han “redimido” a sus mercados. En el caso de las economías emergentes, las correccion­es a la baja del crecimient­o económico y de las utilidades de las empresas, sumadas a ruidos políticos, institucio­nales y sociales domésticos, han hecho caer en desgracia a sus mercados. El resultado es que el retorno promedio anual a 5 años de las bolsas desarrolla­das es de 7,7%, versus -0,5% de las emergentes.

¿Está todo incorporad­o en precios? ¿Estaríamos ad portas de un cambio en la tendencia de los mercados emergentes? No es sencillo “jugársela” por los emergentes en el actual ambiente global y local (de ciertos países) y es imprescind­ible tomar en cuenta las variables no cuantifica­bles que han sido determinan­tes en la tendencia de los precios de los activos financiero­s recienteme­nte. Basarse en el momentum de los emergentes o en sus “irresistib­les” valorizaci­ones… es la gran pregunta.

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