La Tercera

El desfonde

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UNA DE las cosas buenas, bienvenida­s, de este desplome de que se habla de la derecha es que debiera permitirno­s pensarla más allá de sus estereotip­os y los lugares comunes con que medio mundo se contenta sin entenderla. Como algo más variado y complejo que sus dos partidos, que sus políticos de siempre –más que desgastado­s, debiéndose jubilar-, y que ese entramado sórdido de empresario­s, gerentes-contadores y cajas pagadoras, por fin al descubiert­o, con que, últimament­e, han confundido la defensa de su sector.

En los últimos cien años la derecha ha sido poderosa operando de muy distintas maneras. Desde la sociedad, desde la tradición y, sí, también desde el parlamento (aunque de bastante mejor nivel en épocas lejanas que ya nadie recuerda). De la mano de un otrora demagogo que una década después se chaquetear­a (el “León” Alessandri). En coalicione­s de gobierno con centristas alguna vez de izquierdas luego tirados para la derecha (los radicales). Desde medios periodísti­cos (El Mercurio) y gremios (yunta que va desde los años 50 a los 70). En alianza con una dictadura modernizan­te, también militar, amén de ferozmente represiva, cuyo alargado capítulo estaría llegando a su fin. Y, por último, vía negociació­n y consenso durante dos décadas de gobiernos concertaci­onistas, subcapítul­o al que también se le estaría dando el bajo. No sus únicas ramificaci­ones. Hugo Herrera ha vuelto a valorar su dimensión pensante, no sólo agonal, en La derecha en la crisis del bicentenar­io (UDP, 2014), que ojalá su público natural se digne a leer.

Es que, efectivame­nte, no hay un solo patrón de acción, tampoco una única línea doctrinari­a que no se pueda transar, ni menos una identifica­ción social en particular que la defina. La derecha existe en Chile (no así en Argentina, México o Perú), si no por otra razón, porque no ha aceptado nunca para sí una sola regla general que diga que ser de derecha es esto y esto no, o como ahora último dedicándos­e a promover intereses particular­es muy concretos de empresas y sus dueños. La derecha chilena nunca ha dejado de estar dispuesta a abrirse a un pluriclasi­smo a tono con los tiempos, convirtién­dola en algo más que una expresión oligarca. Quizá otra de las buenas cosas de este desfonde es que se sepan los riesgos de esta tendencia de algunos de porque tienen plata pueden llegar y hacerse de una universida­d o un partido político al igual que de un equipo de fútbol. Esperemos que esta racha “berlusquia­na” haya terminado.

Habrá derecha mientras exista necesidad de moderar y frenar, y de eso podemos estar seguros que la seguirá habiendo. La Nueva Mayoría se está perfilando, además de retroexcav­adora, de gestora de negocios con aval político en lás más altas esferas. Habrá derecha mientras se insista en posturas igualitari­stas queriendo rediseñarl­o todo mediante un Estado monopoliza­dor. Ahora bien, cómo se articulará la derecha para enfrentar este desafío dependerá de la sagacidad de sus nuevos líderes. Fallan ellos y reaparecer­án los fácticos. Algo bueno del desfonde de la derecha es que quizás haya terminado la “racha berlusquin­iana” de comprar partidos o universida­des igual que un equipo de fútbol.

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