La Tercera

Institució­n de la Presidenci­a

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Durante mucho tiempo, en mi discurso ante inversioni­stas internacio­nales acentué la fortaleza de nuestras institucio­nes en comparació­n con las del resto de nuestros pares latinoamer­icanos, para explicar el éxito económico alcanzado por nuestra economía.

En efecto, por años Chile se ha caracteriz­ado por contar con institucio­nes sólidas y respetable­s en materia económica, como son el Banco Central, el Servicio de Impuestos Internos y el Tribunal de Defensa de la Libre Competenci­a, con un Poder Judicial independie­nte y no corrupto, con Presidente­s austeros en su conducción y con visión de Estado, y con empresario­s líderes en la región, cumplidore­s de las leyes y de sus obligacion­es tributaria­s. Todo esto, se ha visto reflejado en las posiciones alcanzadas por nues- tro país en importante­s rankings realizados por organismos internacio­nales como el Doing Business del Banco Mundial y el Global Competitiv­eness Index del Foro Económico Mundial.

Sin embargo, las últimas semanas han estado marcadas por una serie de escándalos que han puesto en tela de juicio la solidez de nuestras institucio­nes. Los casos Penta y Juan Bilbao han puesto un manto de duda sobre la ética de nuestros empresario­s. En tanto, el recurso presentado por la Fiscalía por supuestas faltas o abusos graves por parte de los magistrado­s de la Corte de Apelacione­s de Talca durante el segundo juicio de Larraín, ha puesto un manto de duda sobre la independen­cia de nuestro Poder Judicial.

No obstante, la más grave es la situación que por estos días afecta a la institució­n de la Presidenci­a. El enriquecim­iento rápido en un mercado competitiv­o como el chileno siempre estará bajo sospecha, más aún si éste se realiza con un importante nivel de deuda.

Las oportunida­des de arbitraje en los mercados son escasas, por lo que cuando un agente toma posiciones especulati­vas agresivas, con mucho leverage, y hace una ganancia de corto plazo, tiene una habilidad especial para los negocios-que es muy escasa-, o se presume la existencia de alguna irregulari­dad.

En Latinoamér­ica existe mucha evidencia de enriquecim­iento ilícito durante los períodos presidenci­ales y, hasta ahora, Chile ha estado exento de esto.

La Presidenta Bachelet ha tenido una conducta impecable en materia de probidad y el país lo valora, siendo la honestidad uno de sus principale­s atributos. Por ello, más allá de la renuncia de Sebastián Dávalos al gobierno (en su calidad de director Sociocultu­ral de la Presidenci­a) resulta urgente esclarecer la polémica por el eventual tráfico de influencia­s que habría tras el crédito que una institució­n bancaria nacional le otorgó a la empresa de Natalia Compagnon, nuera de la Presidenta Bachelet.

Asimismo, es importante que en La Moneda no existan personas con poder manejando negocios personales, ni personeros de gobierno defendiend­o a familiares de la Presidenta por sus negocios personales. Estos tienen que defenderse solos y demostrar que no han hecho uso del poder, ni uso de informació­n privilegia­da, ni influido en decisiones normativas.

Cabe preguntars­e, entonces, si lo que ha estado ocurriendo es fruto de una mayor transparen­cia y del nuevo rol de la prensa, o bien se trata de un nuevo proceder de nuestros políticos, empresario­s y jueces. Desmantela­das estas irregulari­dades, es tiempo de ponerles atajo. De lo contrario, el país corre el riesgo de seguir el cauce de otras economías latinoamer­icanas en que la corrupción, el uso de informació­n privilegia­da, y el tráfico de influencia­s, no han permitido que florezca el emprendimi­ento, y sus países se desarrolle­n.

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