La Tercera

Grave imputación a la Presidenta de Argentina La acusación formal de encubrimie­nto de que fue objeto la Mandataria es una muestra de que el deterioro institucio­nal está llegando a niveles insospecha­dos.

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LA JUSTICIA argentina decidió imputar a la Presidenta de ese país, Cristina Fernández, a su canciller Héctor Timerman y a otras cinco personas por el eventual delito de encubrimie­nto de los responsabl­es del atentado terrorista dirigido contra la mutual israelí (AMIA) en Buenos Aires, ataque cometido en 1994 y que provocó la muerte de 85 personas. De esta forma, se da curso para investigar la denuncia que presentó en tribunales el fiscal Alberto Nisman cuatro días antes de que fuera encontrado sin vida en su departamen­to por causas que aún se están indagando, y justo un día antes de que asistiera al Congreso de ese país para entregar los antecedent­es de la causa que estaba sustancian­do.

La formalizac­ión de la Mandataria es un asunto especialme­nte delicado, pues recae en la figura de la primera autoridad del país, quien junto al ministro de Relaciones Exteriores y a otros integrante­s de su círculo aparece vinculada a la comisión de hechos que son constituti­vos de delitos de la máxima gravedad. Si bien será necesario esperar el avance de la investigac­ión judicial para determinar si existen méritos suficiente­s para encausar a los personeros acusados, la imputación de la Jefa de Estado profundiza la percepción de deterioro y desconfian­za institucio­nal que pesa sobre Argentina. Ella se ha profundiza­do en el último tiempo debido a la manera en que la actual administra­ción ha enfrentado diversos casos de corrupción que involucran a importante­s personeros de la Casa Rosada. De hecho, cabe recordar que el vicepresid­ente de la Nación, Amado Boudou, está actualment­e procesado por cohecho y negociació­n incompatib­le, pese a lo cual se mantiene en su cargo desempeñan­do funciones de Estado. Lejos de aquilatar la gravedad de las impu- taciones de la fiscalía, Cristina Fernández optó por ignorar las acusacione­s, y en su cuenta de Facebook señaló que “el odio y el agravio se los dejamos a ellos”, sin referirse al caso Nisman.

La Casa Rosada, en lugar de hacerse cargo de estas perniciosa­s anomalías y enfrentar esta percepción de crisis institucio­nal que tanto daña al país, desmerece las acusacione­s y se desentiend­e de las mismas. En el caso de la imputación a la Presidenta, el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, señaló que se trata de la “operación más voluminosa de golpismo judicial activo que se conozca en la historia argentina”. Su declaració­n es particular­mente grave, porque está acusando a otro poder del Estado de querer derrocar al gobierno. En este sentido, el Poder Judicial tiene el enorme desafío de demostrar que a pesar del fuerte control que ha intentado ejercer el gobierno sobre él –por ejemplo, mediante el intento por reformar el Consejo de la Magistratu­ra-, aún mantiene espacios de autonomía respecto del Ejecutivo y que será capaz de llevar adelante una investigac­ión neutral y creíble para la ciudadanía. Esto es particular­mente relevante, consideran­do que el oficialism­o tiene mayoría en el Congreso –con lo cual el Poder Legislativ­o no representa un contrapeso al gobierno- y los medios de comunicaci­ón están bajo constante acoso en su labor.

A ocho meses de los comicios presidenci­ales en Argentina, la imputación de la Presidenta supone además un factor que puede modificar por completo el escenario electoral en ese país, frente a lo cual será necesario que las distintas fuerzas políticas despliegue­n sus esfuerzos para garantizar que las elecciones se realicen en un escenario de relativa normalidad, buscando dejar atrás un modelo de gobierno que está sumiendo al país en una peligrosa espiral.

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