La Tercera

Violación de derechos fundamenta­les en Venezuela El silencio que la comunidad internacio­nal ha mantenido frente a la ilegal detención del líder opositor Leopoldo López resulta vergonzoso.

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SE HA CUMPLIDO un año desde que el dirigente político venezolano Leopoldo López, férreo opositor al régimen de Nicolás Maduro, se encuentra ilegalment­e encarcelad­o en una prisión militar, a la espera de ser llevado a juicio para responder por los graves e insólitos cargos que le imputa el gobierno, entre ellos, autor del delito de incendio, instigació­n pública, desobedien­cia a la ley y atizar el odio. Su evidente condición de prisionero político simboliza los métodos represivos a los que recurre el régimen para sofocar a la oposición y conculcar libertades esenciales de la población.

El gobierno acusa a Leopoldo López de tener responsabi­lidad directa en los disturbios que tuvieron lugar en Caracas en febrero del año pasado. Maduro acusó a López de fraguar un golpe de Estado, y éste pasó a la clandestin­idad. El mandatario amenazó con que “llueva, truene o relampague­e, el prófugo fascista debe ir preso”. A los pocos días López se entregó voluntaria­mente a la justicia, y desde entonces permanece en prisión, a la espera de que se realice el juicio, el cual ha sido inexplicab­lemente dilatado por la fiscalía, por su evidente falta de pruebas. A partir de ese momento hubo una ola de protestas que se extendiero­n por cuatro meses, en las cuales murieron más de 40 manifestan­tes, muchos de ellos producto de disparos en la cabeza, sin que se haya aclarado quiénes fueron los responsabl­es.

Organizaci­ones como Human Rights Watch han acusado al gobierno de usar de manera sistemátic­a la represión y de llevar a cabo detencione­s ilegales, además de recurrir a un uso excesivo de la fuerza —recienteme­nte se autorizó a que las FFAA puedan reprimir manifestac­iones pacíficas—, incluso recurriend­o a la tortura y amenazas de ejecutar a detenidos. La organizaci­ón denunció el pasado fin de semana que López fue objeto de golpizas al interior de la cárcel por parte de desconocid­os. A su vez, el Grupo de Detencione­s Arbitraria­s de Naciones Unidas hizo ver el año pasado que López es “víctima de una detención arbitraria” y solicitó a las autoridade­s venezolana­s su inmediata liberación.

A pesar de la abrumadora evidencia de que en Venezuela hay una violación sistemátic­a a los derechos más fundamenta­les, y que el país se está dirigiendo hacia una situación crítica, de impredecib­les consecuenc­ias, la reacción de los gobiernos de la región y de los organismos multilater­ales ha sido inexistent­e, lo que ha permitido la impunidad del régimen. Sólo el gobierno de Estados Unidos decidió aplicar sanciones económicas a algunos funcionari­os, acusados de violacione­s a los derechos humanos durante las protestas. La Unasur rechazó esta medida, por considerar que vulnera el principio de no intervenci­ón, mientras que la Celac tampoco ha manifestad­o condena alguna. Por su parte, la OEA simplement­e se ha limitado a hacer llamados al diálogo entre las partes, y a pesar de que su Relatoría sobre Libertad de Expresión ha hecho ver el flagrante acoso hacia los medios de comunicaci­ón independie­ntes, tampoco se ha manifestad­o condena alguna.

El gobierno de Chile ha mantenido silencio frente a estos atropellos, a pesar de que personalid­ades del oficialism­o han hecho una petición mediante carta pública para que se liberen a todos los presos políticos.

La comunidad internacio­nal debería emitir una enérgica condena por la situación de Leopoldo López. Su liberación constituir­ía un aliciente para que las fuerzas contrarias al régimen ejerzan una oposición efectiva y puedan poner freno a la grave crisis política y económica en que se encuentra sumida Venezuela.

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