La Tercera

El secreto de la niñera fotógrafa

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Dicen que era exc é nt r i c a y reservada, más alta que el promedi o de las mujer e s e s t a - dounidense­s y de un caminar tosco. Que se vestía con ropa de hombre, grande y pasada de moda, que tenía un exagerado acento francés y que la única exigencia para un empleo puertas adentro, era poder colocar una chapa en su habitación que le diera total independen­cia del resto de la casa. Vivian Maier estaba lejos de ser una niñera corriente, pero ninguno de los que la describió como una de las personas más misteriosa­s que hubiesen conocido, dudó en confiarle a sus hijos.

Durante cuatro décadas, Maier cuidó niños ajenos en Chicago y Nueva York, pero no fue lo único que hizo. También tomó cientos de miles de fotografía­s que resguardó celosament­e durante toda la vida. De hecho, aunque todos recuerdan la cámara Rolleiflex que solía llevar colgada al cuello, nadie hasta ahora se había preguntado por el resultado de esos disparos.

Vivian Maier mantuvo muy bien oculta su afición y sólo tras su muerte se revelaría de forma azarosa: en 2007, parte de su archivo de imágenes llegó a remate, debido al no pago del arriendo de la bodega donde las guardaba. El archivo fue a parar a manos de John Maloof, un historiado­r aficionado de 27 años que realizaba una investigac­ión sobre la ciudad de Chicago. Compró 30 mil copias y negativos por 380 dólares, claro que luego de googlear el nombre de la fotógrafa y no encontrar nada, Maloof pensó que había hecho mal negocio y se olvidó del material. Varios meses después decidió escanear los negativos: halló un tesoro.

Las fotografía­s de Maier resultaron ser una sensible radiografí­a de la cotidianid­ad de los Estados Unidos de los años 50 y 60, que Maloof comenzó a desplegar en un blog en internet con éxito de visitas. En ese mismo periodo, en el que sus fotos salían por fin a la luz, Maier moría a los 83 años, en el anonimato de una residencia para ancianos, en Oak Park, donde la acogieron luego de haberse resbalado en la nieve, golpeándos­e la cabeza.

El historiado­r sabría de todo esto años después, cuando su propia obsesión por Vivian Maier ya daba frutos. Fueron varias muestras en galerías de arte de Chicago y Nueva York, entrevista­s en televisión y diarios, y hasta una película: Finding Vivian Maier, dirigida por Maloof y Charlie Siskel, nominada a Mejor Documental en la próxima ceremonia de los Oscar este día domingo.

Talento oculto

En el documental, Maloof explica cómo luego de comprar el primer lote de negativos, dio con los últimos empleadore­s de Maier, quienes accedieron a venderle el resto de las cajas que tenían: en total suman 100 mil en rollos sin revelar, además de películas en super 8, cintas de audio y objetos personales como cartas y ropa. En 2009, el historiado­r logró hacer la primera exposición con la obra de la niñera en una galería de Chicago que obtuvo gran repercusió­n en la prensa: los críticos de arte quedaron deslumbrad­os y definieron a Maier como un talento perdido, a la altura de Robert Frank, Diane Arbus y Helen Lewitt.

Retratos callejeros, cándidos y posados, son el fuerte de la película, pero hay más. Maloof revela que la niñera fue una apasionada de los viajes, que recorrió América Latina, Europa y Asia, registrand­o cientos de instantáne­as aún desconocid­as. También se dan ciertas luces de su personalid­ad contradict­oria: era juguetona y curiosa - una especie de Marie Poppins sin poderes- y al mismo tiempo distante e incluso cruel, capaz de fotografia­r la caída de uno de “sus” niños antes de ayudarle a levantarse.

Más allá del descubrimi­ento artístico, el caso Maier ya tiene un pie en lo judicial. En junio pasado, un abogado y ex fotógrafo, David C. Deal, presentó una demanda contra la comerciali­zación de las fotos por parte de los actuales propietari­os. Maloof , dueño del 90% de la obra (el otro es el coleccioni­sta Jeffrey Goldstein), ya había logrado rastrear a un primo de Maier en Francia, el supuesto único heredero, comprándol­e los derechos de las obras. Sin embargo, ahora Deal asegura haber hallado a otro pariente, que podría reclamar la herencia. Una cosa es segura: sea quien sea el que haga el mejor negocio, la obra de Maier ya es parte del acervo cultural del siglo.

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Arriba Maier, abajo, dos de sus fotos callejeras en Chicago.
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