La Tercera

Las verdades de Kermode

- Alvaro Matus

DE A POCO se ha comenzado a rescatar la obra de grandes críticos literarios que, por la naturaleza misma del oficio, estaba dispersa, cuando no arrumbada en alguna hemeroteca acumulando polvo. La publicació­n de los textos de Cyril Connolly hace justo 10 años representó un hito, al que le siguieron la Obra selecta de Edmund Wilson y El viaje literario de V.S. Pritchett.

A estos libros se suma El leve ruido del piso de arriba, de otro coloso de la prensa, Frank Kermode. El libro se compone de dos partes que reflejan a la perfección la amplitud de registro del crítico británico. Porque los conocimien­tos de Kermode, que murió el 2010 a los 90 años, abarcaban de Homero a Updike, de Shakespear­e a McEwan, de la Biblia a John Banville.

Este volumen, entonces, incluye ensayos más reposados sobre figuras tutelares (Beckett, Auden) y una sección donde el crítico se enfrenta a la actualidad. Los textos dedicados a Naipaul y Coetzee confirman que la mejor literatura en inglés de hoy proviene de dos escritores que se han sumergido en los escombros del colonialis­mo, y que nos cuentan lo que vieron, más allá de los clichés de la mente y del corazón que tanto fruto dan en la academia.

Siguiendo a Kermode, la otra cúspide la conforma Philip Roth. Por el rigor con que lo analiza, por el entusiasmo que transmite y por las bellas imágenes que ilustran sus ideas, resulta imposible no encontrarl­e razón. Quizá este sea el meollo del asunto: es muy difícil estar en desacuerdo con él. Porque además de ser tremendame­nte seductor, posee un fondo de humanidad que conmueve y a la vez deslumbra. Sus opiniones están llenas de matices, de jerarquías.

¿Significa que no se la juega? Para nada. Por el contrario, Kermode es capaz de comprender el proyecto narrativo que tiene ante sus ojos y de opinar, por ende, a la luz de lo que éste propone. No se deja guiar por prejuicios. Tampoco por una idea única de lo que debe ser la “buena” literatura o por la ideología política. Su inteligenc­ia le permite ponerse en el lugar del escritor; de hecho, la mayor parte de las veces evalúa el resultado en función de la trayectori­a de ese autor. Así comprendem­os que Vineland de Pynhon no se compara con los logros alcanzados en El arcoíris de la gravedad, de la misma manera que Expiación es la cumbre de McEwan.

Hay algo con la extensión: las críticas tienen entre cinco y diez páginas. Pareciera ser la distancia mínima para contextual­izar una novela dentro de la obra del propio autor o en un radio mayor: su generación, su filiación estética, su lengua. Pareciera ser, también, la medida necesaria para realizar una síntesis adecuada de la trama, para citar con justeza y, por sobre todo, para desplegar ideas estéticas y morales, ideas sobre el sentido del mundo. La prensa en Chile ha reducido el espacio crítico a niveles alarmantes. No quiero pontificar sobre las virtudes del género. Basta con remitirse a Wilde, que decía que preguntars­e por la utilidad de la crítica es como preguntars­e por la utilidad del pensamient­o. El crítico literario Frank Kermode, no se deja guiar por prejuicios. Tampoco por una idea única de lo que debe ser la “buena” literatura.

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