La Tercera

El Papa y el progresism­o

- Carlos Ominami

NO SOY creyente, vaticanist­a menos. No tengo el don de la fe como se lamentaba compadecié­ndome un gran jesuita amigo mío. No quiero tampoco ser como esas personas que a medida que envejecen se acercan a la religión “por si acaso”; es decir, más por oportunism­o que por convicción.

Sin embargo fui con entusiasmo a escuchar al Papa Francisco en el Angelus el domingo pasado. He estado varias veces en Roma. Primera vez que participo como un peregrino más en esta celebració­n. No se trataba simplement­e de satisfacer una curiosidad turística. Me movió algo más profundo: la intuición de que algo grande está pasando en la Iglesia y que vale la pena verlo de cerca.

En el Angelus, el Papa habló con pocas palabras, pero muy precisas de muchas cosas. Retengo especialme­nte su reflexión sobre la irradiació­n del bien y del mal. Dijo: “es cierto, el mal es contagioso”; la prueba son todas las calamidade­s que aquejan a la comunidad: guerras, terrorismo, narcotráfi­co, epidemias, hambrunas. “Pero el bien también se contagia”. Son palabras simples y sabias que invitan a algo fundamenta­l: a dejar de lado la resignació­n para retomar el camino de la acción. Es un mensaje que ya no llama a bajar los brazos en la tierra para conquistar como premio de la inacción la felicidad en los cielos. Es muy por el contrario, un llamado a trabajar aquí y ahora para erradicar la injusticia y la desigualda­d.

En poco tiempo el Papa Francisco ha dicho cosas que los principale­s líderes progresist­as jamás se atreverían a afirmar con esa claridad. Recienteme­nte participó en un gran encuentro organizado por la FAO. En el mismo foro intervino también el ex Presidente Lula, quien habló de la necesidad de erradicar el hambre y del derecho a la alimentaci­ón. Palabras dichas con la gracia caracterís­tica de Lula, que forman, sin embargo, parte del discurso habitual que venimos escuchando por décadas. La intervenci­ón del Papa fue infinitame­nte más lejos, señalando como la causa del hambre “la prioridad del mercado y la prominenci­a de la ganancia que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a la especulaci­ón financiera”. Si las izquierdas del mundo fueran capaces de asumir ese discurso y actuar en consecuenc­ia, la realidad política sería muy distinta. Se podría superar el desánimo que en demasiadas partes está conduciend­o a la parálisis y a la frustració­n.

Obviamente no es tarea del Papa recomponer la política. Esta es la obligación de los líderes. Muchos de ellos han terminado abrazando el ideario conservado­r. Excepción hecha de las cuestiones de género en las cuales el Papa se ha mantenido en las posiciones más tradiciona­les, sus definicion­es permiten, con largueza, reconstitu­ir un discurso progresist­a que reimpulse las luchas por la igualdad en las condicione­s concretas del siglo XXI.

Que sea el primer Papa latinoamer­icano quien pueda jugar este rol tiene una virtud adicional. Mostrar que nuestro continente -tan marcado por las desgracias o las frivolidad­es- es capaz de realizar una contribuci­ón mayor al esfuerzo para construir un mundo mejor. En poco tiempo el Papa Francisco ha dicho cosas que los principale­s líderes progresist­as jamás se atreverían a afirmar con esa claridad.

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