La Tercera

Falencias en formación de profesores Atraer a los mejores talentos a pedagogía no pasa por subir los puntajes de postulació­n, sino en crear condicione­s atractivas para el desarrollo profesiona­l.

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EL RECIENTE proceso de selección universita­ria vía PSU nuevamente reveló que las carreras de pedagogía no logran atraer en proporción suficiente a los mejores alumnos, lo que ciertament­e debe ser motivo de preocupaci­ón para el país. Alrededor de 4.500 alumnos fueron aceptados en alguna de las pedagogías, donde sólo el 25% postuló con más de 600 puntos, lo mínimo que se requiere para postular a la Beca Vocación de Profesor. El 74% de los selecciona­dos lo hizo con un puntaje muy por debajo de los 600 puntos.

Ciertament­e la PSU no puede consideras­e como un factor definitivo para determinar la calidad de un alumno, pero es un predictor que no puede soslayarse del análisis. En particular si se considera que desde hace algunos años existe una bonificaci­ón a quienes han tenido un mejor rendimient­o escolar. Que aun así el grueso de los estudiante­s de pedagogía postule con bajo puntaje es un claro indicativo de que la carrera resulta muy poco atractiva (sólo 53 alumnos postularon con más de 700 puntos).

Como una forma de mejorar los estándares formativos, diversos expertos han planteado que el puntaje mínimo PSU para postular a pedagogía debería ser a lo menos de 500 puntos. Asimismo, se ha propuesto hacer más estrictos los requisitos que deben cumplir las escuelas de pedagogía. Parece discutible que por el solo efecto de aumentar el puntaje de postulació­n haya una mejora sustantiva en la calidad de los alumnos. Desde luego, no parece haber evidencia sólida que apoye que un puntaje de corte de 500 puntos marque diferencia­s significat­ivas entre quienes postulan algo por sobre o bajo dicho puntaje. Una medida así podría incluso ser perjudicia­l, especialme­n- te para universida­des regionales. Por lo demás, cabría preguntars­e la justificac­ión de establecer un puntaje mínimo de postulació­n para pedagogía, y no para otras carreras que socialment­e son también valiosas.

Es evidente que si la profesión docente no logra atraer talentos en gran cantidad es porque las condicione­s en que se ejerce no resultan atractivas, y en tanto dicha percepción se mantenga, esta realidad no cambiará. Es llamativo que Chile sea uno de los pocos países a nivel mundial que no posea una carrera docente bien estructura­da, lo que ya constituye una anomalía para hacer más atractiva una carrera. A pesar del tiempo transcurri­do, hasta la fecha no ha sido posible consensuar un proyecto de carrera docente, y aún se está a la espera de que el gobierno envíe su propuesta.

La amarga experienci­a que dejó la primera fase de la reforma educaciona­l —cuyo sesgo ideológico afectará profundame­nte el sistema educaciona­l al que accede la mayoría de las familias chilenas— siembra legítimas dudas sobre la voluntad de avanzar hacia una carrera docente que promueva mejoras en la escala salarial, capacitaci­ón efectiva y ascensos en función de los méritos y no sobre la base de privilegio­s obtenidos por grupos de presión. Ello resulta particular­mente evidente en la educación municipali­zada, donde existen limitados márgenes para reemplazar a profesores deficiente­s y la remuneraci­ón depende fundamenta­lmente de los años de ejercicio; apenas un 25% se explica por desempeño. Si el proyecto no corrige sustancial­mente estas deficienci­as, y no se crean poderosos incentivos que dependan de resultados efectivos en la sala de clases, la realidad no cambiará en las escuelas de pedagogía.

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