“Arándanos en Pucón”
Señor director: La columna de José Ramón Valente, titulada como esta carta, plantea con crudeza la vida en las sociedades modernas donde el mercado determina el “valor” de las cosas. Su ejemplo sobre el contraste entre una caja de arándanos que se vende rápidamente en un supermercado por $ 1.300 y los $ 2.000 que con dificultades cobra una Pyme agrícola en una feria artesanal, atendida por su dueña, ilustra dos dimensiones. Lo primero es que la competencia es dura, aunque necesaria.
Las ventajas de costos de los supermercados ponen en jaque a los productores artesanales que venden más caro. ¿Es un curso inexorable de la modernidad frente al cual nada podemos hacer? La señora de la feria reacciona a la pregunta de Valente de por qué vende más caro con una frase cargada de significado: “porque los cosecho yo, es mi trabajo y yo lo valoro mucho”.
El mundo de la economía se construye sobre relaciones impersonales donde prima el simple análisis de costo-beneficio. Es la cara “egoísta” de Adam Smith, necesaria para que los incentivos funcionen, pero a veces insuficiente si queremos que el mercado adquiera una connotación valórica, no en el sentido de que exijamos altruismo -porque se paga-, pero sí reciprocidad. Valorar el trabajo de la señora que madruga para cosechar los arándanos puede hacer la diferencia al momento de negociar el precio, agregando un factor adicional que explique la voluntad de pagar más que su puro valor de intercambio.
Si queremos que Chile pueda seguir caminando por la senda del progreso que nos ha dado el modelo de economía de mercado, es preciso no sólo extirpar los abusos y actuar con probidad, sino, además, envolver las miles de transacciones económicas en cuyo valor agregado hay esencialmente trabajo realizado “con el sudor de la frente”, con un manto de humanidad. que está en el Congreso sigue dormido, entonces?