La Tercera

Controvers­ia diplomátic­a entre Chile y Perú Es preocupant­e que a raíz de un supuesto caso de espionaje Perú haya puesto en entredicho su voluntad de avanzar en la ejecución del fallo de La Haya.

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EL GOBIERNO de Perú presentó una nota de protesta ante la Cancillerí­a chilena aduciendo un supuesto espionaje a la Marina de Guerra, causa en la cual se encuentran procesados dos militares peruanos, mientras que un tercero está bajo investigac­ión. El gobierno chileno ha señalado que el país no acepta ni promueve espionajes, y que dicha nota de protesta se responderá apropiadam­ente. En señal de malestar Perú llamó a su embajador a informar de lo sucedido, medida que fue correspond­ida por la Cancillerí­a chilena.

El Presidente Humala ha señalado que este episodio puede afectar gravemente las relaciones entre ambos países, incluso convocó a los principale­s líderes políticos del país para ponerlos al tanto de los detalles de este supuesto espionaje. La estrategia de amplificar artificial­mente este incidente es coincident­e con el hecho de que la administra­ción de Humala se encuentra políticame­nte muy debilitada —los índices de aprobación del Mandatario apenas llegan al 22%—; incluso su propia cónyuge es hoy objeto de una investigac­ión judicial por presunto lavado de activos. Llama igualmente la atención que a pesar del tiempo que este caso lleva investigán­dose por parte de los organismos de inteligenc­ia peruanos, haya salido a la luz pública por un reportaje de un canal de televisión y no se haya comunicado oportuname­nte al gobierno chileno.

Una revisión de la historia reciente da cuenta de que los episodios en que ambos países han denunciado ser víctimas de espionaje son frecuentes, y han logrado ser resueltos por los canales diplomátic­os. Por ello resulta sorpresivo que en esta ocasión el gobierno peruano haya dado una connotació­n de especial gravedad, al punto que Humala señaló que puede afectar gravemen- te la relación bilateral. Aún más sorprenden­te resulta el hecho de que el canciller peruano haya manifestad­o que este incidente podría dilatar la ejecución del fallo de la Corte Internacio­nal de Justicia, particular­mente en lo que toca al registro de las coordenada­s ante Naciones Unidas. El proceso de demarcació­n de la nueva frontera marítima ha sido convenido por ambos países y se ciñe a lo resuelto por el tribunal, por lo que una dilación constituir­ía una maniobra inexplicab­le y violaría la buena fe que debe imperar en la ejecución de un fallo internacio­nal.

El propio canciller pareció retroceder en sus dichos, pues el martes señaló que el interés de Perú es terminar la ejecución del fallo “en el más breve plazo”, y reiteró la voluntad de avanzar con Chile hacia una relación “constructi­va y armoniosa”. Este cambio de tono es bienvenido, pero la circunstan­cia de que se haya insinuado que un incordio diplomátic­o podría alterar la ejecución de un fallo internacio­nal es preocupant­e. Ello resulta aún más contradict­orio si se considera que Perú tomó la decisión de demandar a Chile en la Corte porque asumió que de esa forma se salvaguard­aba la paz.

Si bien la delimitaci­ón de las nuevas coordenada­s marítimas no debería revestir mayor complejida­d, la adecuación de la legislació­n interna a lo dictaminad­o por La Haya sigue pendiente. La aprobación de la Ley de Líneas de Base del Dominio Marítimo del Perú buscó recoger lo dispuesto en la sentencia del tribunal, pero insiste en colocar al “Punto Concordia” como inicio de la frontera terrestre, cuestión sobre la que Chile expresó su reserva. Por ello el episodio del espionaje no puede desviar la atención de que existen puntos pendientes en la ejecución del fallo que Perú seguirá invocando a su favor en desmedro de los intereses chilenos.

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