La Tercera

ESPACIOABI­ERTO La democracia en el siglo 21

- Sergio I. Melnick

IVÁN Krastev, un brillante cientista político búlgaro, pone el dedo en la llaga. De todos los juegos políticos del poder, la democracia es el mejor, nadie lo duda. La fuerza es reemplazad­a por las ideas. Pero, ¿qué pasa si las personas ya no quieren participar? En el mundo cada vez menos gente va a votar. ¿Será porque no gustan las opciones? ¿Habrá alguien que realmente me represente? ¿Será porque pueden quizás cambiar gobiernos, pero no las políticas? La democracia es un invento humano y por ende imperfecto. Debe evoluciona­r hacia adelante, no hacia atrás. Los niños ya no juegan Ludo, juegan Nintendo.

La era tecnológic­a tiene paradigmas mucho más entretenid­os y enormement­e más productivo­s para la gente. Las revolucion­es de antes tenían nombres ideológico­s como comunismo, liberalism­o, nacionalis­mo, islamismo etc. Hoy tienen otros nombres: Internet, Facebook, Tuiter, realidad virtual, Wb 3.0., globalizac­ión. Y estas nuevas formas de revolución son como múltiples big bang simultáneo­s que se retroalime­ntan entre sí. El contenido ya no es importante, es el medio.

En los últimos 50 años, la democracia acoplada a la fuerza creativa de los mercados y la innovación, ha hecho algunas cosas bien y otras mal. Sin duda ha traído progreso, bienestar y diversidad, ha instalado un sinnúmero de derechos, ha generado libertad, movilidad, acceso a la informació­n, botó los muros y una enorme evolución cultural-tecnológic­a. Aun así está entrando en descrédito masivo. La respuesta es que debe haber fallado en algo. En la sociedad del conocimien­to la popularida­d es necesaria pero ya no suficiente. La clase política es crecientem­ente tipo Wikipedia. También ha generado una revolución de expectativ­as y de la velocidad para cumplirlas, lo que genera malos políticos y formas de populismo.

La tecnología en sí misma está llena de sombras sociales. Ni hablar de la web profunda y los controles de los que no nos percatamos o la cantidad de basura que circula en redes sociales. La gran capacidad de manipulaci­ón, la ira que se desborda en forma anónima. La neurocienc­ia descubrió cómo tomamos decisiones: no son las ideas, son las emociones y la democracia entonces empezó a manipularl­as abiertamen­te. Se instaló una cultura de la desconfian­za por diversos motivos. Más aún, los políticos insisten en subir los impuestos para tener más poder y control.

La revolución digital es implacable. La coherencia imposible porque efectivame­nte cambiamos de opinión, necesitamo­s hacerlo, pero no se nos perdona. Nos llaman traidores. Los políticos seguirán así insistiend­o en sus errores. La transparen­cia por sí misma no es el antídoto último. El control ciudadano tampoco, aunque necesario. No cambiará la confianza en las institucio­nes ni menos en las personas. Será más difícil mentir, robar, y matar, pero la transparen­cia, si lo pensamos bien, no es más que una herramient­a de gestión de la desconfian­za y esa es la clave central.

La sociedad moderna está siendo basada cada vez más en la desconfian­za y la democracia básicament­e descansa en la confianza, en la representa­ción del poder por otros. Hay un tipo de desconfian­za que es fundamenta­l pero tiene que ver con la fuerza de ideas y el diseño con pesos y contrapeso­s. Es una desconfian­za creativa. Es la falsificac­ión de las teorías científica­s, el debate fecundo. Pero eso es otra cosa diferente a la que ocurre hoy. La política se ha transforma­do literalmen­te en la administra­ción de la desconfian­za. Lo que se transparen­ta por un lado se oculta por el otro. La transparen­cia siempre será selectiva.

Ya no es el “gran hermano” vigilando, serán las masas vigilando y desconfian­do. Todos son sospechoso­s de algo. Más tarde o más temprano una media verdad los desprestig­iará. ¿Qué ciudadanos decentes querrán ir a los cargos públicos para sufrir de la eterna desconfian­za y escrutinio sin ética? ¿Será eso una sociedad verdaderam­ente libre? La confianza es la clave.

Las institucio­nes democrátic­as han perdido credibilid­ad. Chile es un ejemplo patético de ello en este momento. La brecha entre la opinión de los políticos y de las personas es abismante. Las élites se autorrepro­ducen y perpetúan como tales. La revolución tecnológic­a nos lleva a la complejida­d y su herma teoría del caos. Pero la política debe trabajar con la ambigüedad, con lo cualitativ­o, y eso es sujeto de desconfian­za.

La tecnología, sin duda, amplía el dominio del control ciudadano y aporta luz, pero también la semilla de la desconfian­za. Donde hay mucha luz también hay una gran sombra.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile