ESPACIOABIERTO La democracia en el siglo 21
IVÁN Krastev, un brillante cientista político búlgaro, pone el dedo en la llaga. De todos los juegos políticos del poder, la democracia es el mejor, nadie lo duda. La fuerza es reemplazada por las ideas. Pero, ¿qué pasa si las personas ya no quieren participar? En el mundo cada vez menos gente va a votar. ¿Será porque no gustan las opciones? ¿Habrá alguien que realmente me represente? ¿Será porque pueden quizás cambiar gobiernos, pero no las políticas? La democracia es un invento humano y por ende imperfecto. Debe evolucionar hacia adelante, no hacia atrás. Los niños ya no juegan Ludo, juegan Nintendo.
La era tecnológica tiene paradigmas mucho más entretenidos y enormemente más productivos para la gente. Las revoluciones de antes tenían nombres ideológicos como comunismo, liberalismo, nacionalismo, islamismo etc. Hoy tienen otros nombres: Internet, Facebook, Tuiter, realidad virtual, Wb 3.0., globalización. Y estas nuevas formas de revolución son como múltiples big bang simultáneos que se retroalimentan entre sí. El contenido ya no es importante, es el medio.
En los últimos 50 años, la democracia acoplada a la fuerza creativa de los mercados y la innovación, ha hecho algunas cosas bien y otras mal. Sin duda ha traído progreso, bienestar y diversidad, ha instalado un sinnúmero de derechos, ha generado libertad, movilidad, acceso a la información, botó los muros y una enorme evolución cultural-tecnológica. Aun así está entrando en descrédito masivo. La respuesta es que debe haber fallado en algo. En la sociedad del conocimiento la popularidad es necesaria pero ya no suficiente. La clase política es crecientemente tipo Wikipedia. También ha generado una revolución de expectativas y de la velocidad para cumplirlas, lo que genera malos políticos y formas de populismo.
La tecnología en sí misma está llena de sombras sociales. Ni hablar de la web profunda y los controles de los que no nos percatamos o la cantidad de basura que circula en redes sociales. La gran capacidad de manipulación, la ira que se desborda en forma anónima. La neurociencia descubrió cómo tomamos decisiones: no son las ideas, son las emociones y la democracia entonces empezó a manipularlas abiertamente. Se instaló una cultura de la desconfianza por diversos motivos. Más aún, los políticos insisten en subir los impuestos para tener más poder y control.
La revolución digital es implacable. La coherencia imposible porque efectivamente cambiamos de opinión, necesitamos hacerlo, pero no se nos perdona. Nos llaman traidores. Los políticos seguirán así insistiendo en sus errores. La transparencia por sí misma no es el antídoto último. El control ciudadano tampoco, aunque necesario. No cambiará la confianza en las instituciones ni menos en las personas. Será más difícil mentir, robar, y matar, pero la transparencia, si lo pensamos bien, no es más que una herramienta de gestión de la desconfianza y esa es la clave central.
La sociedad moderna está siendo basada cada vez más en la desconfianza y la democracia básicamente descansa en la confianza, en la representación del poder por otros. Hay un tipo de desconfianza que es fundamental pero tiene que ver con la fuerza de ideas y el diseño con pesos y contrapesos. Es una desconfianza creativa. Es la falsificación de las teorías científicas, el debate fecundo. Pero eso es otra cosa diferente a la que ocurre hoy. La política se ha transformado literalmente en la administración de la desconfianza. Lo que se transparenta por un lado se oculta por el otro. La transparencia siempre será selectiva.
Ya no es el “gran hermano” vigilando, serán las masas vigilando y desconfiando. Todos son sospechosos de algo. Más tarde o más temprano una media verdad los desprestigiará. ¿Qué ciudadanos decentes querrán ir a los cargos públicos para sufrir de la eterna desconfianza y escrutinio sin ética? ¿Será eso una sociedad verdaderamente libre? La confianza es la clave.
Las instituciones democráticas han perdido credibilidad. Chile es un ejemplo patético de ello en este momento. La brecha entre la opinión de los políticos y de las personas es abismante. Las élites se autorreproducen y perpetúan como tales. La revolución tecnológica nos lleva a la complejidad y su herma teoría del caos. Pero la política debe trabajar con la ambigüedad, con lo cualitativo, y eso es sujeto de desconfianza.
La tecnología, sin duda, amplía el dominio del control ciudadano y aporta luz, pero también la semilla de la desconfianza. Donde hay mucha luz también hay una gran sombra.