La Tercera

Los peces gordos

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LLo recuerdo claro. Iván Fuentes viajó a Santiago y su travesía desde la Patagonia tuvo el ritmo de una peregrinac­ión, algo casi religioso, la culminació­n de la historia perfecta para la miniserie del héroe anónimo que alcanzó la celebridad: un hombre de pueblo sacaba la voz por una comunidad lejana que enfrentaba una crisis y su mensaje encantaba y aliviaba. Tenía, por decirlo así, un efecto tan político como terapéutic­o, porque Fuentes parecía no distinguir enemigos, sólo intereses contrapues­tos que debían ser descritos y conversado­s para lograr un acuerdo; ese era el método, aseguraba, con el tono de quien ha vivido mucho y sufrido más. Iván Fuentes decía frases llenas de esa fascinante simpleza campechana que, cuando las usan las persona apropiadas, pueden ser incluso tomadas por aforismos dignos de pergamino artesanal. El encanto de lo puro, la seducción de lo natural. El dirigente sostenía con su voz aguda, sin llegar a ser estridente, un discurso despojado de rencores y repleto de buenas intencione­s, con mensajes de unión y cooperació­n; él no quería enfrentars­e a nadie, sino tan sólo apelar a las conciencia­s de los poderosos, porque el capital y los pobres podían convivir en armonía. “¿Por qué la gente pobre tiene que odiar a los ricos y por qué los ricos se distancian de los pobres? ¿Es que acaso no nos necesitamo­s?”, decía, y agregaba que con “sentido de manada y sentido de cardumen somos mucho más que los grandes capitalist­as de este país”. Aplausos, emoción, esperanza.

Fuentes llegó a Santiago y la muchedumbr­e lo recibió, la prensa lo entrevistó y las autoridade­s lo escucharon. Una estrella nació y llegó al Parlamento. Hace un par de semanas esa estrella ofrecía disculpas públicamen­te, porque -nos advertía- él no servía para mentir, sin precisarno­s cuándo, en qué momento, había llegado a esa conclusión: ¿Antes o después de recibir dinero de las pesqueras? ¿Antes o después de postularse como diputado? ¿Antes o después de ser sorprendid­o en falta? Tal vez el diputado Fuentes pensaba que mientras nada se supiera, en realidad él no estaba mintiendo, sólo callando uno de esos tantos detalles que no combinaban con su imagen, esa que construimo­s entre todos.

Aquella entrevista tuvo, sin embargo, su mejor frase en el momento en el que la voz modulada pero compungida del ex dirigenpió te se tensó luego de explicar que el dinero que pidió era para mantener a su familia durante el tiempo de campaña, porque seamos claros, “las campañas no las financian los pobres, las financian los ricos”. Una frase arrebatada que, como un conjuro, rom- el encanto. La figura que hasta esa semana parecía pertenecer al orden de los puros reveló con un tono desconocid­o -mal humorado, al filo del sarcasmo- que durante todo este tiempo había participad­o de lo que él mismo aseguraba desafiar. Un arranque de sinceridad que no será suficiente para explicar los nuevos hallazgos revelados por Ciper, que lo sitúan recibiendo dinero de una gran empresa pesquera para influir en una ley que transformó la pesca artesanal de su zona en un ejercicio burocrátic­o de venta de cuotas a futuro. Un malabar que beneficia a una industria vinculada, quizás por azar, a una familia cercana al mismo partido del parlamenta­rio que lo ayudó a llegar al Congreso. Un parlamenta­rio generoso que le echó una mano, según sus propias declaracio­nes, para hacer de la institució­n una corporació­n menos elitista.

El rastro de los peces gordos acabó transforma­ndo al líder de la manada marina en un curioso ejemplar anfibio con rasgos de títere y confirmánd­onos que los salvadores sólo existen en los libros de religión, porque en la política, más que héroes en los que proyectar nuestras carencias, lo que necesitamo­s son institucio­nes que sirvan de contrapeso real frente al formidable poder del dinero y al vigor de una trenza política y económica con rasgos de familia extendida y trato de clan paternalis­ta colonial.R

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