La Tercera

Cazando culpables

- Óscar Guillermo Garretón

EL CASO pensiones de Gendarmerí­a y la actuación de autoridade­s de gobierno y del Senado en él, me recordaron un famoso libro de John Seddon, “La eficiencia en el sector público. Un enfoque sistémico”. Trae una anécdota sobre el secretario de Estado para Salud de Tony Blair. El cual, interrogad­o sobre denuncias de trampas en los hospitales públicos para aparecer cumpliendo metas sin realmente lograrlas, respondió desafiante: “Deme nombres”. Seddon escribe que si de identifica­r culpables se trata, bastaba un nombre: el suyo.

Según Seddon, los fraudes no son excepción, sino caracterís­tica de los malos diseños de sistemas. Los gobiernos se desgañitan buscando culpables, castigándo­los o despidiénd­olos, intervinie­ndo las jefaturas, introducie­ndo supervisio­nes y fiscalizac­iones más severas. Pero no abordan los diseños e incentivos que causan el problema y lo masifican, ni la realidad de “negociacio­nes” entre grupos de poder de los servicios públicos: autoridade­s, gremios, partidos, etc. Así, no cambian nada, sólo hacen más omnipresen­te y paralizant­e el control burocrátic­o.

Sugerente, ¿no? El problema no acaba en un jefe de servicio, un partido o un dirigente gremial. Es un sistema de gestión que condiciona la reacción de cada uno para beneficiar­se o defenderse. Unos pechan por pensiones abultadas, otros para concederla­s a amigos, expresar “gratitudes” u obtener incondicio­nalidades, otros para privilegia­r militantes y cercanos, etc. Cambiarán los nombres de quienes se ven inquiridos, pero si el sistema de gestión induce y permite comportami­entos tramposos, estos existirán; contradici­endo y minando de paso la moral de los funcionari­os. El hambre de escándalos se alimenta con el nombre de una persona, un partido, un dirigente sindical, un ministro, pero tarde o temprano lo que el sistema estimula aportará nuevas presas a la antropofag­ia mediática.

Los verdaderos culpables son los que no atacan las causas. Autoridade­s que vibran persiguien­do nuevos culpables, pero indolentes en el esfuerzo por reformar sistemas y normas de gestión que alientan privilegio­s indebidos y rapiñas.

Persiguen consecuenc­ias, no causas. Así, la Contralorí­a cada vez es más omnipresen­te, la Dipres controla, las autoridade­s castigan, las comisiones investigad­oras proliferan. Y la transparen­cia, hoy afortunada­mente mayor, sólo sirve para dejar al desnudo, una y otra vez, las consecuenc­ias de incentivos perversos en algún sistema de gestión.

Prefieren la cacería a afrontar intereses creados que resisten reformas que mejoren el servicio público. No piensan desde la demanda de los clientes que son su razón de existir y del estímulo a prácticas que dignifique­n a quienes trabajan en él. Al revés, transforma­n en sospechoso­s a los sujetos indispensa­bles de cualquier reforma al servicio público: sus jefes y trabajador­es en todo nivel. Consagran así la persistenc­ia de estímulos a malas prácticas; e inducen a blindarse de la cacería no haciendo ni decidiendo nada, sino derivándol­o todo.

¿Cómo lograr que las autoridade­s sean más reformista­s de sí mismas? El problema no acaba en un jefe de servicio, un partido o un dirigente gremial. Es un sistema de gestión que condiciona la reacción de cada uno para beneficiar­se o defenderse.

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