Tancredo debutó con las estrellas alineadas
HAY funciones especiales. No necesariamente porque todo haya estado en perfectas condiciones, pero sí cuando las estrellas se alinean en un desempeño emotivo y los escollos no hacen mella. Es lo que sucedió con Tancredo en el Teatro Municipal de Santiago, que aunó, bajo un halo de encantamiento, música y canto de lujo.
Basada en la obra homónima de Voltaire y en parte de Jerusalén liberada de Torquato Tasso, la primera ópera seria escrita por Rossini cuando tenía 21 años no es de las más conocidas -incluso posee un complicado argumento-, pero recoge su ingenio y técnica a través de páginas musicales llenas de riqueza instrumental y momentos vocales claves, especialmente en los dúos entre Tancredi y Amenaide, en las intervenciones de Argirio e, incluso, en las de personajes secundarios como Isaura y Roggiero.
Pasajes que tuvieron su réplica en un elenco homogéneo en canto e interpretación. Marianna Pizzolato (Tancredo) fusionó la valentía con la solidez vocal que caracteriza al protagonista a través de medios matizados, llenos de sentimiento y técnica en las coloraturas. Su enamorada Amenaide tuvo en Nadine Koutcher a una soprano refinada, de emotivas frases y fuerza en su pareja tesitura. Un lujo fue Yijie Shi como Argirio, un rol con muchas dificultades, pero que el tenor, muy a gusto en el belcanto, supo cumplir con musicalidad, agudos bien colocados, un timbre claro y equilibrio de su voz. Junto a ellos, Florencia Machado (Isaura) mostró un registro de mezzo atractivo y seguro, y Yaritza Véliz (Roggiero), un firme y hermoso timbre.
En manos de Jan Latham-Koenig, la Orquesta Filarmónica tuvo una alta participación en la que el director la condujo por una lectura colorida, con nítidos sonidos, matices dramáticos punzantes y con aportes a las caracterizaciones escénicas.
Normalmente puesta en escena con el final feliz que escribió Rossini para su primera representación, esta vez se optó por el trágico que hizo para Ferrara. En ese contexto crepuscular se mueve la propuesta del regisseur Emilio Sagi, con personajes mesurados, sugerentes, envueltos en una escenografía y vestuario de principios del siglo XX –de Daniel Bianco y Pepa Ojanguren, respectivamente-, de paredes grises movibles y ventanales, e iluminación anochecida (a cargo de Eduardo Bravo), que bien se ajustaron, sobre todo por sus tintes políticos, a la historia, aunque esta se desarrolla en la Edad Media.