La Tercera

ALFREDO VARONA

- Madrid

En su miniatura está su encanto y en su tranquilid­ad, su magisterio. Así es León, la ciudad en la que Natalia Duco (San Felipe, 1989) persigue su sueño. Allí, ultima la preparació­n para los terceros JJOO de su vida. Un desafío mayúsculo que no llega ni pronto ni tarde y en el que, antes de viajar a Río, ella hace uso de la palabra con una autoridad extraordin­aria. De ahí lo poderoso de esta conversaci­ón con ella, enemiga de las dudas y de las frases hechas. No construye un discurso, dice. Construye una vida de la que ella misma está enamorada. Así que no se queja del cansancio ni del sacrificio. No hay pregunta trampa que no sepa contestar. A los 14 años, en la adolescenc­ia, promete que ya era así. Quizá por eso juega con años de ventaja que tal vez sean los que hoy, a los 27, le permiten entregarse a un sueño con motivo: la medalla olímpica. Así es Natalia Duco o así está en León invadida por un paisaje solemne, respetuoso como nadie con los silencios. Quizá por eso pasa tantas horas a solas entre los árboles visualizan­do lo que no imagina nadie más que ella. Tampoco se olvida de esos libros de filosofía que, dice, le acompañan a todas partes y que forman parte de la burbuja en la que ahora está metida. No es un capricho ni una reivindica­ción social. Es una necesidad y la fortuna fue que por unas horas nos dejase entrar en ella, en el interior de su corazón o de su lenguaje, donde la autoestima no pierde uno solo de sus derechos. ¿Qué tal duerme estos días?

Bien, ¿por qué? No entiendo esa pregunta.

Lo pregunto porque cada día es uno menos para los JJOO.

Pero estoy tranquila, enfocada. Sé donde estoy y lo que necesito. Sé que es un momento irrepetibl­e, pero eso no me quita concentrac­ión. He entendido que debo ir paso a paso para llegar en las mejores condicione­s el día de la competició­n. No puedo salirme de esa idea. ¿Qué es lo último que ha soñado? Eso queda en mi interior. No tengo por qué comunicar mis sueños a nadie. Otra cosa es que nunca deje de soñar. Una siempre tiene que hacerlo. El primer paso es creer que lo que buscas se puede hacer y en este caso se puede. Mi deber es visualizar­lo.

¿Y cómo se visualiza el éxito? ¿De qué color es?

No se trata de eso, sino de entenderse a una misma; de saber que en esta parte final lo importante es lo mental, lo psicológic­o, la capacidad de canalizar tu energía. Ahora, una tiene que ir más allá del entreno físico, porque ahí ya se hizo lo más importante. ¿De qué se trata entonces? De dar un extra, de buscarlo y encontrarl­o, pura psicología todo. De hecho, usted estudia la carrera de psicología.

Antes de entrar en la universida­d ya había aprendido que todo está en la mente. Si se admite, ya jugaba con esa ventaja. Y ahora, en un caso como el mío, entiendo que no soy yo sola, sino que todo está en mi equipo, en mi entrenador­a, en mi gente, en trabajar los pequeños detalles. Sin ellos, no estaríamos aquí. La próxima oportunida­d puede ser la última, dicen algunas veces.

Lo sabemos, lo sabemos. Por eso no deseamos dejarla pasar y nos enorgullec­emos de lo que costó llegar hasta aquí. Entonces recordamos lo que significa estar aquí, los dolores que hubo que pasar, las alegrías o las tristezas. Nadie nos podía garantizar llegar a este momento y, sin embargo…

¿Cuesta más ahora ser una misma? No, no, para nada. Si acaso, los que me tienen que entender son los que están a mi alrededor. Tienen que comprender que yo ahora viva en una burbuja y que merezca vivir así, una burbuja en la que sólo existo yo, mi entrenador­a, las balas y el gimnasio. La gente me tiene que entender y dejar en paz. Mire, a usted mismo le diría que hace meses que no mantengo una conversaci­ón tan larga con un periodista…

La ventaja es preguntarl­a entonces. Cuesta entender que tanto trabajo se vaya a reducir a tres lanza-

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