La Tercera

La garra de las morenas

- Constanza Muñoz

CCreyéndom­e una runner que puede correr 5k con facilidad y 10k si entreno con frecuencia, me motivó mucho la idea de ir a correr a Valle Nevado, a la segunda edición del Columbia Snow Challenge. Eran solo 4 kilómetros trotando sobre la nieve. Sin embargo, con unos -10 grados y a 3.200 metros de altura, el cuento cambia bastante. Partimos a las 8:20 de la mañana camino a Valle Nevado, llegamos poco antes de las 10, perfecto para hacer la eterna cola de retiro del kit de competenci­a y subir a la góndola que nos dejaba en el lugar de la competenci­a, cerca del Restaurant Bajo Zero en el centro de Ski.

La temperatur­a era baja, pero soportable. Una vez arriba avisaron de que la competenci­a se retrasaba media hora, luego media hora más. Nos ofrecen algunas cosas para comer mientras esperamos la largada. “No hay leche, todo es vegano”, dice una de las jóvenes que atiende en la improvisad­a cafetería sobre un escenario de madera. Me tomé un té (aunque moría por el chocolate caliente, pero no quería correr riesgos), y un queque de zanahoria y nueces.

Con doble calcetín, zapatillas de trail, bandana para cubrir las orejas del frío, lentes de sol y tres capas de ropa estaba preparada para empezar. A las 13 horas, y con molestia de algunas personas que gritaban “ya pues, partamos” comenzó mi travesía por la nieve.

Me puse mis audífonos, el cronómetro y partí. El primer kilometro fue terrible, la nieve estaba tan blanda que en cada pisada mis piernas se enterraban hasta la rodilla. Varias caídas y resbaladas me pegué en ese primer cuarto de carrera. Ya me estaba arrepintie­ndo, no era tan entretenid­o como lo imaginaba. Sufrí esos 12 minutos y los competidor­es a mi alrededor se quejaban de lo mismo.

Ya hacia el segundo kilómetro la cosa empezó a mejorar, la nieve estaba más dura por lo que los pies no se enterraban, pero venía una pendiente imposible de trotar. Caminé a paso rápido, al igual que la mayoría de los que me rodeaban, y en algunas partes ya pude trotar con más seguridad.

Camino al tercero mis piernas estaban acostumbra­das, el cuerpo había entrado en calor y tenía la técnica para no enterrarme en la nieve. La mayor dificultad vino cuando en una ladera de la montaña la nieve estaba tan congelada que era imposible correr derecho, me resbalaba hacia abajo y me imaginaba tirada de espalda en la nieve.

Superada esa etapa ya no quedaba nada. Comencé a trotar de nuevo, pasábamos por debajo de las góndolas y las personas nos daban ánimo desde las alturas. Las blancas montañas se veían imponentes y el paisaje era increíble, me tomé el tiempo de sacar unas fotos con el celular mientras iba a paso suave. Nunca había pensado que estaría ahí, trotando en la nieve y menos a 3.200 sobre el nivel del mar.

Ya en el último kilómetro uno de los hombres que estaba en el punto de control me animó gritando: “ésa es la garra de las morenas”. Me dio risa, pero en verdad no veía muchas mujeres a mi alrededor, y las distancias entre los participan­tes a veces eran de metros. Muy diferente a lo que había experiment­ado en las corridas santiaguin­as con más de mil corredores, aquí éramos sólo 177 puntos azules -el color de la polera- trotando por Valle Nevado.

Llegué corriendo, muy digna, a la meta cuando el reloj marcaba los 43 minutos con 52 segundos, casi el doble de lo que me demoro en trotar 4k en la calle con alguna que otra subida. El tiempo fue harto, el cansancio también, pero quedé 10° entre 21 competidor­as en mi categoría (menores de 35). Fui 12° entre todas las mujeres en 4K y 68° si se incluyen los hombres que corrieron esta distancia.

El churrasco italiano que me esperaba a unos metros de la meta fue lo mejor del día y el tecito para el frío también.

A la salida recordé a los argentinos que compartier­on góndola cuando íbamos subiendo. Nos dijeron a Loreto, que también hizo los 4k, y a mí que estábamos locas por ir a correr por la nieve. Y sí, es bastante loco ahora que lo pienso. No sé si lo volvería a hacer, pero quedé contenta con mi participac­ión. No llegué última, que era mi mayor miedo -antes que caerme, fracturarm­e o cualquier cosa- y es una experienci­a más en mi vida creyéndome runner.o

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