Jorge Baradit Somos monos con navaja apocalípticos
LA DICTADURA DE PINOCHET le hizo una quimioterapia a la conciencia política chilena; luego la Concerta, por omisión, se hizo la loca y contribuyó al desvanecimiento de sus últimos respiros. Era más fácil gobernar a un país que sólo debía preocuparse de ganar más y ascender en la escala social que de andar cuestionando las políticas públicas o sus efectos. En esos años les celebrábamos haber dirigido el fin de la dictadura. Estábamos tan acostumbrados a una forma de catacumba social que agradecimos salir a un suelo mínimo de derechos. Con los años esto no fue suficiente, la indignación cundió cuando nuevos ojos, de nuevas generaciones, nos hicieron ver lo humillados que seguíamos. Hoy, la clase política paga caro la despolitización de esa sociedad: hay una turba enojada que anda trayendo la guillotina en el bolsillo, no hay lenguaje común, no hay interlocutor, no hay relato contra el que dialogar, sólo el enojo de un país políticamente iletrado con el que no se puede conversar. No sabe lo que quiere, pero lo quiere ya. Una turba punk, que es capaz de retirarle su apoyo incluso a quienes promovían los cambios, capaz de dispararse en los pies y hundir el bote completo en su respetable indignación. Manipulable en su ceguera a veces por los mismos poderes que la oprimen. Somos monos con navaja apocalípticos.
La democracia y la República son inventos. Que somos todos iguales es una invención reciente, una decisión, un consenso que no tiene más de 300 años. Es una construcción cultural, no natural, que debe ser reforzada, enseñada y valorada por la sociedad. No se puede dejar a los avatares de un paradigma basado en la competencia y la sobrevivencia del más apto. Sería un retroceso catastrófico. Construimos sociedad para levantar un espacio protegido donde TODOS podamos alcanzar la felicidad, todos con la ayuda de todos; no para matarnos en una competencia que deja muertos, heridos y “gente poco viable” en el camino. Eso tiene otro nombre. La fraternidad es la salida. Por esto, es importante repolitizar la sociedad, hacerla consciente de su rol en la conducción del país, de lo importante que es su participación educada.
¿Son tiempos terribles estos? Creo que no, la tecnología ha abierto puertas y ventanas y ha obligado a las autoridades a exponerse en una transparencia forzada que ha desnudado sus dinámicas más oscuras. Desde las redes sociales rompiendo los cercos informativos de medios comprados por el poder económico, hasta los nuevos Robin Hood, como Assange, Anonymus o Snowden, que les roban la info a los poderosos para dárselas a los más pobres. Ese flujo de correos, cuentas en paraísos fiscales y archivos secretos expuestos no parará más. No está todo más terrible, simplemente estamos descorriendo una cortina que existió desde siempre. Históricamente, las instituciones se manejaban con una ética interna propia, no necesariamente igual a la pública. Se entiende que eso tampoco va más. Que las autoridades sorprendidas tendrán que hacer la pérdida, porque para las personas comunes no hay diferencia. Esto es bueno, es un gran momento, ya no podrán estafar, negociar y coludirse en manejos internos que terminan teniendo efectos externos, para todos. Ya no les resultará tan fácil arreglar todo por debajo. Tendrán que inventar nuevas maneras de estafarnos. Hay dos generaciones de políticos manchados por estas prácticas que deberán irse para la casa sin siquiera haber probado el poder, y los que vienen saben que nacieron con una pistola en la nuca. Eso es bueno. ¿Qué resta? Que esta turba deje de disparar hacia todos lados sin control y encuentre una vía de expresión para enfocar sus esfuerzos en vez de desperdigarlos en la forma de pura indignación. La pregunta es desde dónde vendrá ese relato y quiénes lo encabezarán, porque de momento sólo reaccionamos a las crisis y no somos capaces de generar instancias de reflexión (por eso nos sentimos tan cómodos conversando en los Encuentros Locales Autoconvocados, no es lo usual pensar el país desde la calma). En momentos en donde los poderosos no son capaces de entender que el marco legal dejó de ser la referencia para la gente, reconozco un sentido común ético que subyace, vivo y poderoso en las personas. Ese sentido las hace ser capaces de reconocer lo incorrecto en ciertas acciones más allá de si son legales o no y que las lleva a la indignación. Ese sentido común que ha sobrevivido parece ser una nueva guía mínima de la que podríamos aferrarnos. Para esa reconstrucción me inclino por movimientos ciudadanos, pequeñas comunidades organizadas basadas en la ética y el sentido común, como primer paso para una reconstrucción política nacional que debe venir desde abajo.