Alternativas
UN FANTASMA recorre Europa. No es tanto el terrorismo, sea éste de factura yihadista como de lobos solitarios, sino sus posibles efectos. Dentro de los más inquietantes se encuentra el auge de la extrema derecha. Ésta ganó impulso con la crisis económica de 2008, alimentándose con el descontento con los partidos del establishment y alcanzando su máxima popularidad con la actual situación de los refugiados, la mayor crisis migratoria en Europa desde 1945. En casi todos los países, con excepción de Finlandia, las intenciones de voto para sus partidos aumentaron entre el año 2013 y 2016, siendo particularmente notorio el caso polaco. El referéndum británico que le dio la victoria al Brexit viene a ser un punto de inflexión en la idea de potenciar la soberanía nacional y responsabilizar al proyecto comunitario como causa de los problemas. Otra de las explicaciones para su popularidad es la ausencia de alternativas, dado el estado de postración en el que se encuentra la socialdemocracia. En la búsqueda de posibles salidas, destaca la voz del académico Dani Rodik. Para él, la ausencia de un programa para remodelar el capitalismo y la globalización se estaría revirtiendo. Destaca propuestas que van desde la inversión pública en el largo plazo hasta reformas radicales en el sector financiero, donde estarían los aportes de Anat Admati y Simon Johnson, pasando por la innovación en el sector público, promovida por M. Mazzucatto y Ha-Joon Chang.
Mientras esto sucede, Chile asiste a una carrera presidencial prematura. La avidez por llegar a La Moneda se expresa en casi una docena de posibles candidaturas contabilizadas a la fecha. ¿Serán verdaderas alternativas o variaciones de un mismo tema? Entre ellas, destacan dos expresidentes, Ricardo Lagos y Sebastián Piñera. Su irrupción ha llevado a ME-O a acusarlos de frenar al país con propuestas del pasado. No deja de resultar irrisorio, por cuanto él ha reclamado ser el artífice de buena parte de las ideas apropiadas por la Nueva Mayoría y que hoy muchos acusan de anacrónicas. La resistencia que Lagos genera en sectores de la coalición oficialista, y que alcanza también al partido que fundara, lo tiene obligado a estar dando pruebas de blancura progresista. Al parecer, podría superarla si se compromete con unas reformas que concitan resistencia al tiempo que se demandan otras, como las de las
AFP, limitada a una hoja de ruta. Al exmandatario con más fuste intelectual se lo emplaza a comprometerse con “listas de la lavandería”, en momentos en que el progresismo criollo adolece de un programa comprensivo. Aunque obras como El otro modelo aspiraron a entregarle sustento intelectual al llamado “nuevo ciclo”, sus supuestos, a la luz del derrotero del actual gobierno, debieran ser revisados.
Qué piensa el progresismo de los desafíos de la revolución digital, de un capitalismo que se debate entre el estancamiento secular y la necesidad de ser inclusivo, de la transición demográfica, del papel de un Estado atenazado entre la partidocracia y un abultamiento inorgánico y de la demanda por seguridad, más allá de mimetizarse con la derecha en sus propuestas, supone, al día de hoy, un misterio. A Lagos se lo emplaza a comprometerse con “listas de lavandería”, mientras el progresismo criollo carece de un programa comprensivo. EL LLAMADO “efecto partido” reanimó el debate sobre la calidad del aire en nuestra capital y las medidas que debiera contemplar el nuevo Plan de Descontaminación de la Región Metropolitana. Nos alegra que así sea. El negativo efecto de los asados en la calidad del aire en días de partido de la Roja con malas condiciones de ventilación, ha relevado la responsabilidad que les cabe en las emergencias no sólo a las autoridades, sino que también a los propios ciudadanos. ¿Cuál es entonces el compromiso que cada uno debe asumir?
Ha costado que los santiaguinos asuman que la contaminación es multicausal y que no existe una sola medida (mucho menos indolora) que la resuelva. En Santiago un tercio de la contaminación la producen las industrias, otro tercio el transporte (público y privado) y el último tercio está dado principalmente por el consumo de leña en los hogares. En consecuencia, un plan que aspira a ser integral, debe atacar estas tres fuentes de la contaminación.
Entre las medidas propuestas, las que han causado mayor escozor son la restricción vehicular permanente durante los cuatro meses de invierno– 16 veces al año para cada dígito- y la prohibición absoluta del uso de la leña en las zonas urbanas de Santiago a partir de 2017.
En esta polémica hay una buena dosis de hipocresía. Es fácil reclamar por aire limpio sin estar dispuesto a hacer nada por conseguirlo. Más aún cuando el que contamina con su 4x4 o usa su calefactor a leña de última generación, es el mismo que critica la falta de medidas de fondo en este u otro tema ambiental.
Un buen ejemplo es la leña. Si bien Santiago tiene 2 millones de hogares, sólo 120 mil hogares utilizan la calefacción a leña, lo cual puede representar hasta el 50% de la contaminación en los meses más agudos de invierno. Prohibir completamente su uso no es sólo una buena y necesaria medida desde el punto de vista de salud pública, sino también desde la justicia social.
Se ha intentado argumentar que esta prohibición afectaría a la gente de menores recursos de la región. Eso no es cierto. No somos Coyhaique, donde el 98% de la gente se calefacciona a leña. Acá la mayoría de los hogares usan parafina o electricidad, y los que usan leña en la zona urbana de la región se ubican principalmente en el sector oriente de la ciudad, y pertenecen a las capas más acomodadas de nuestra sociedad.
Para peor, la contaminación de esta minoría baja por razones geográficas hasta el valle y se concentra principalmente en las comunas más pobres del sector poniente (Cerro Navia, Pudahuel, etc.). Es de toda justicia urbana evitar que esto siga ocurriendo.
Si bien es un hecho que debemos seguir fortaleciendo la fiscalización (claramente insuficiente para algo tan importante), nada puede reemplazar la corresponsabilidad de los ciudadanos. La libertad individual no puede estar sobre la salud de las personas, especialmente las más vulnerables. En otras palabras, nunca tendremos la calidad del aire que decimos querer, mientras no estemos dispuestos a modificar nuestros hábitos de vida y respetar aquellas restricciones que se establecen en pro del bien común.
No hay mejor control que aquel que surge de la conciencia cívica y ambiental de miles de ciudadanos. La salud de todos, especialmente de niños, adultos mayores y mujeres embarazadas, debiera ser un argumento suficientemente poderoso para que entre todos hagamos un sacrificio y trabajemos por una ciudad con aire de clase mundial.