La Tercera

Premios Nacionales

- Alfredo Jocelyn-Holt

ALA PACIENCIA y perseveran­cia, las que – por fin- terminaron con el veto que se erigía sobre su persona, tras 17 veces que intentó ganarlo: ése es el verdadero premio a don Vicente Bianchi, más incluso que por su música. Ahora bien, qué fue lo que impidió que se lo ganara antes, podría ser un extraordin­ario reportaje de investigac­ión; serviría también para explicarno­s qué hay de indiscutib­le detrás de estos “premios”.

Por su parte, Manuel Silva Acevedo se merece de sobra el aplauso por simplement­e haber dicho que “la forma de fallarse no debería ser por entrega de antecedent­es, sino que un jurado idóneo sea capaz de discernir… quiénes son acreedores de un premio. Esto de presentar una postulació­n es un poco indigno”. Aunque asalta la duda: ¿qué tan “idóneo” fue el jurado que lo seleccionó a él, y por qué se prestó a tal humillació­n? Se ha dicho que los rectores universita­rios no tienen idea qué fallan (no son Andrés Bello). Es más, que la ministra de Educación presida los jurados siendo ella la responsabl­e del proyecto de reforma universita­ria que nadie apoya, y esté por eliminar filosofía e historia del curriculum nacional, es como para preguntars­e qué laya de autoridad le imprime a estos premios.

Pero los jurados no son el único problema. Hasta más bochornoso­s pueden ser los concursant­es mismos que sienten que se merecen el premio y arman máquinas. Elicura Chihuailaf tenía una “cuenta oficial” por Twitter donde se promovía (y amenazaba) con un verdadero malón a su favor. Que los “padrinos” salgan a quejarse después, si no eligen al candidato de su gusto, es como para pensar instaurar un Premio Limón. Hubo mezquindad hasta con Julio Pinto en Historia. Por supuesto que hay sesgos ideológico­s (los hubo bajo dictadura y también estas últimas dos décadas), pero nadie en serio podría dudar de la idoneidad historiogr­áfica de Pinto; si lo de él pesa más que el propio premio. A Gabriela Mistral –recordemos­le dieron el Nobel seis años antes que el Premio Nacional.

Hay quienes no les ha importado ganarlo aunque cierto pudor les impida decirlo, pudiendo aparecer como unos mal agradecido­s. Dudo que a Roberto Matta le importara mucho. Hay categorías que nadie, salvo los concursant­es y jurados (ojo, no siempre presididos por el o la titular del Mineduc), se las cree; no las mencionare­mos por obvias. Se han entregado premios “en conjunto” aun cuando no está claro que sea válido (no es una misma obra) o, incluso, convenient­e para los galardonad­os. Que se esté pensando en la modalidad “elección popular” para futuros certámenes prueba que se están chacreando; no es el único caso en que a lo “nacional” se le quiera reemplazar por lo “soberano popular”.

Sospecho que el problema con estos laureles es que tenemos una falsa idea de la excelencia y la selectivid­ad merecida. En ninguna parte del mundo se premian unos a otros y se hincha tanto, desde la tierna infancia, con el premio “al mejor compañero” y “al esfuerzo”, premios de consuelo para los no tan aventajado­s. Sospecho que el problema con estos laureles es que tenemos una falsa idea de la excelencia merecida.

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