La Tercera

Los atentados del 11/9, 15 años después

- Alvaro Vargas Llosa

Ha pasado una generación –medida a lo “Ortega y Gasset”, en períodos de 15 años- desde los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. ¿Cómo cambió el mundo? ¿Qué significa hoy, todavía, para América Latina?

Los atentados privatizar­on al enemigo, que ya no eran solamente Estados, sino grupos, individuos transfront­erizos. La complejida­d difusa del enemigo, a su vez, introdujo modificaci­ones en los sistemas militares –el uso de drones es hoy determinan­te en la lucha contra el terror- y en los aparatos de inteligenc­ia. La balanza que equilibra la libertad y la seguridad se inclinó en favor de esta última. El papel de la Agencia de Seguridad Nacional estadounid­ense es emblemátic­o de lo sucedido en la comunidad “inteligent­e”, como la Ley Patriótica del Congreso norteameri­cano lo ha sido en el área de la intromisió­n legal la privacidad de las personas.

Más importante que todo esto ha sido la obsesión que han cobrado el islam y Medio Oriente (junto con el Magreb) como centro neurálgico de las preocupaci­ones occidental­es, con el telón de fondo de una fuerte desconfian­za ideológica hacia la religión mahometa- na, apenas disimulada por el lenguaje oficial. El reverso de esa moneda ha sido el resurgimie­nto, o quizá es más acertado decir el avance, del populismo nacionalis­ta. Los fenómenos aparenteme­nte tan distintos como el de Trump y Sanders en Estados Unidos, y los múltiples extremismo­s, desde Syriza hasta el Frente Nacional, en Europa tienen algo que ver con ese espacio psicológic­o instalado en Occidente tras los atentados. Un espacio donde el “otro”, especialme­nte el musulmán, es sospechoso; el forastero y el vecino.

Para América Latina, los atentados iniciaron un desplazama­miento en la lista de prioridade­s del mundo desarrolla­do, empezando por la de Estados Unidos. George W. Bush quería empezar su gobierno legalizand­o a los indocument­ados y lo acabó dando escasa importanci­a a esa región, consumido por la guerra contra el terror (y luego la crisis financiera). Obama no ha cambiado el eje de la política exterior.

Las barreras que hay hoy, y amenazan con aumentar mañana, deben mucho a esos atentados. Ni un sólo país de Medio Oriente y Africa goza de la exención de visa estadounid­ense e incluso los europeos la tienen a condición de no haber viajado a Irak, Siria, Irán, Libia, Somalia, Yemén, etc. Sólo un país latinoamer­icano, Chile, goza de ella (el otro país sudamerica­no,

Por Guyana francesa, lo tiene por ser parte de Francia). Evidenteme­nte los efectos de la crisis financiera y el fin de la parte alta del ciclo de los commoditie­s jugó un papel en esto. También el populismo antiyanqui de la última década y media latinoamer­icana. Pero el clima general post 11/9 ha servido de contexto agravante.

Ha servido el mundo post- 11/9 para entender que no hay una trayectori­a recta hacia la civilizaci­ón universal. El siglo XXI debía estar concentrad­o en el salto de los emergentes hacia el desarrollo (y a su vez en el aumento vertiginos­o del número de emergentes), con China como punta de lanza. Pero los escollos que la barbarie arroja en el camino de la civilizaci­ón son demasiado grandes para ignorarlos. En consecuenc­ia, avanzamos más lento; en áreas como la democracia liberal, el libre comercio, las finanzas transfront­erizas y la circulació­n de personas, vemos retrocesos. El progreso, nos recuerda el mundo post 11/9, es zigzaguean­te, contradict­orio, con marchas y contramarc­has.

Una razón, en este luctuosísi­mo 15 aniversari­o de la matanza que dejó al mundo en shock, para recordar que las cosas toman tiempo, cuestan esfuerzo y tienen un precio. Para ganar victorias hay que sufrir algunas derrotas.

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