Viñamarinos eminentes
Juan Manuel Vial
EL LIBRO Viñamarinos se vale de una estupenda idea cuyo objetivo es exponer las singularidades de la llamada “ciudad jardín” y de ciertos personajes notables que allá habitaron. El mecanismo establecido por la autora, Catalina Porzio, viñamarina, consistió en reunir viñetas de autores muy distintos entre sí –María Graham, Joaquín Edwards Bello, Alfonso Calderón, Enrique Lafourcade, Inés Echeverría, Pedro Lemebel, Alejandra Costamagna,
Sara Vial, Hernán Valdés, por mencionar algunos de los más conocidos–, viñetas que ella luego fue hilvanando con el propósito de componer el tema que le interesaba desarrollar. Así, por ejemplo, cuando Porzio trata la figura de Teresa Wilms Montt, llamada “una falsa débil” por Edwards Bello, dispone de siete voces diferentes, las que se turnan para acotar, brevemente pero con contundencia, acerca de la legendaria y trágica poetisa.
Viñamarinos está dividido en tres vertientes amplias: “El chalet de los aburridos”, “Un balneario rabiosamente feliz” y “Casi Punta del Este, casi Biarritz, casi Acapulco”. En la primera de ellas, tras un corto paseo de índole geográfico y sociológico, figuran los perfiles de Carlos Pezoa Véliz, Gustavo Wulff, Blanca Vergara (“la reina oriental de Viña del Mar”) y del también mítico Perico Vergara, aquel señorito que, según Lafourcade, padeció del síndrome de Ulises, y que según Hernán Millas “se propuso quemar la fortuna familiar, no trabajándole un peso a nadie y dándose todos los gustos entre viajes y francachelas”. Entre las muchas costumbres que el heredero adquirió en Oriente, se contaba la de fumar opio a través de una clepsidra. La segunda parte del libro incluye una magnífica reminiscencia del gran pintor Carlos Faz, un hombre que alcanzó su destino demasiado temprano. Alejandro Jodorowsky contó que fue Marie Lefevre quien le advirtió a Faz que nunca viajara por mar: “Un año más tarde, yendo a Estados Unidos y habiéndose prohibido a los pasajeros, en Ecuador, bajar, Carlos, ebrio como siempre, saltó del barco al muelle, calculó mal la distancia, cayó al agua y se ahogó. Tenía 22 años”. Luego siguen las semblanzas de Jorge Di Giorgio, un pillastre entrañable, de Felicitas Astoreca, que llegó a una fiesta conduciendo un Rolls Royce, y de Oscar Kirby, un dandy que entre otros oficios ejerció el de silbador profesional. El capítulo concluye con un genial retrato a 13 voces del poeta Juan Luis Martínez, conocido en su época como “el loco Martínez”.
La última parte comienza con anotaciones que hablan de la frivolidad más reciente de Viña del Mar, incluido, cómo no, el Festival de la Canción. Con la lucidez que lo caracterizó, Pedro Lemebel se refirió a la “ciudad jardín” en los siguientes términos: “Casi Punta del Este, casi Biarritz, casi Acapulco, a no ser por el charchazo helado del Pacífico, siempre violento, siempre recordándoles que estaban en una lombriz de país sudamericano con cierto aire europeo”. Vienen después los brochazos dedicados a los últimos viñamarinos eminentes del libro: Teresa Hamel, Hugo Zambelli, Arthur Ariztía, Fenelón Guajardo (el Charles Bronson chileno) y María Luisa Bombal, llamada “flor añeja de las letras” por Germán Marín.
Además de la originalidad con que Porzio compuso este cuadro vivo y en muchos aspectos fascinante, evocador y sobre todo revelador, Viñamarinos cuenta con una selección de fotografías valiosas, que dan cuenta de la evolución física del lugar desde sus tiempos de hacienda de potreros vastos, hasta la ciudad que se empeñó en aprehender la modernidad con una voluntad de hierro. Entre medio, diseminados por aquí y por allá con una voluntad oportuna, el lector percibirá raptos de humor que contribuyen a la noción general tras la lectura: éste es un gran libro.