¿Cambio de gabinete?
EN LA centroizquierda la idea de un cambio de gabinete despierta poco entusiasmo. ¿Para qué se dice, si el problema está en la timonel? En los pasillos, en las reuniones e incluso en la prensa se dice que la Presidenta está desanimada, que está en otra. El problema es que la elección que definirá el próximo presidente está a un año y medio. Es mucho tiempo para sentarse a esperar, más aún cuando la ciudadanía exige definiciones y acciones, y se choca constantemente con quienes desde las diferentes coaliciones defienden acérrimamente el estado de las cosas.
Pero, ¿para qué un cambio de gabinete? El de mayo del año pasado fue el más importante que desde 1990 ha tenido un gobierno y no tuvo resultados. De Burgos se esperaba que trajera orden al gabinete y fue un elemento importante del desorden, cuyo sello final lo puso al hablar del “descarrilamiento”. De Valdés se esperaba que propusiera una fórmula inteligente para enfrentar una situación de recursos más escasos, pero ha propuesto sólo una austeridad sin horizontes. Busca restaurar de aquí a 2020 el equilibrio estructural cuando el país enfrenta un crecimiento mediocre, cuando en la economía existen numerosos obstáculos estructurales para retomar el crecimiento y quedan en evidencia los graves resultados de la falta de inversión histórica en Codelco.
Más aún, en medio de las carencias del sistema público de salud, se anuncia una reducción de la inversión pocos días después que la prensa informara sobre el aumento sustancial de compras de servicios al sector privado, cuyos costos superan con creces los de una atención digna en el sector público.
No tiene sentido un cambio de gabi- nete si se afirma el distanciamiento presidencial de los compromisos que asumió Bachelet al ser elegida. Tampoco si ese nuevo gabinete entiende su función como meramente técnica, no aprecia la importancia de la gestión política de las reformas, y concentra su atención en cuestionar las reformas en lugar de implementarlas y defenderlas con habilidad política y técnica. No sirve un gabinete que comparte los presupuestos ideológicos de la oposición en los temas básicos de la política económica y social. Tampoco un nuevo ministro de Hacienda que considere que la caída del PIB potencial es un dato frente al cual nada se puede hacer, y que no cree que el Estado puede ejercer el liderazgo frente a un sector privado desanimado e ideologizado. Tiene sentido un nuevo gabinete alineado con el espíritu reformista, que entienda que le cabe un papel crucial en el ordenamiento (reconstrucción) de la coalición; que enfrente a aquellos que por convicción y por su trayectoria de colaboración con las AFP, las isapres y la educación como negocio están conformes con lo que se tiene; que proponga un programa fiscal con sentido de largo plazo y que aproveche la fortaleza de las cuentas fiscales, para enfrentar los problemas estructurales de la economía y para que la ciudadanía vea que no da lo mismo un gobierno de centroizquierda y uno de derecha.
La alternativa es el aumento del descrédito y que la centroizquierda siga el derrotero de la socialdemocracia europea, que se debate en la insignificancia. No tiene sentido un cambio de gabinete si se afirma el distanciamiento presidencial de los compromisos que asumió Michelle Bachelet al ser elegida.