Filosofía
EN EL curso de la semana pasada se pudo conocer un documento del Ministerio de Educación que sugiere sustituir, para nuestros terceros y cuartos medios humanistas-científicos, el actual curso mínimo y obligatorio de Filosofía por un curso nuevo de formación cívica que, absorbiendo algunos tópicos de filosofía, se extendiera también a la modalidad técnico-profesional (que hoy no tienen filosofía). La asignatura de Filosofía “propiamente tal” seguiría existiendo, en todo caso, pero sólo como un curso optativo.
El Ministerio de Educación tiene todo el derecho a explorar cambios curriculares. No puede sorprender ni escandalizar, sin embargo, que los ciudadanos interesados nos demos un tiempo para opinar sobre este tipo de reformas.
Para opinar, he tenido a la vista un power point del Ministerio (“La Reforma Educa- cional en marcha”), una minuta que me hizo llegar gentilmente el gobierno y las cartas con las que la coordinadora de la unidad de Currículum del Ministerio se ha defendido en la prensa. Las razones que allí se esgrimen no me convencen.
El argumento de la “equidad” entre humanistas-científicos y técnico-profesionales es malo. Si vamos a nivelar, hagámoslo para arriba. ¡No para abajo!
Nadie puede discutir la conveniencia de reponer la educación cívica en nuestros liceos y colegios. Nunca antes, sin embargo, había escuchado que la introducción de esa asignatura implicaba sacar la filosofía. No dudo que puedan establecerse relaciones lógicas entre algunos de los tópicos de la filosofía y las bases de un buen programa de educación o formación cívica. Y así, por ejemplo, es evidente que el ejercicio cabal de la ciudadanía se verá siempre faCOMO vorecido por la capacidad de desplegar pensamiento crítico. Lo que resulta un despropósito, sin embargo, es pretender que en ambas existe cierto tipo de redundancia. Si se insiste en acomodar la filosofía “dentro” de la educación cívica hay que hacerle mucha violencia a la filosofía. Mutilar y traicionar. Habría que mutilar todo lo que exceda de cuatro o cinco clases descafeinadas y descontextualizadas. El profesor, luego, tendría que traicionar el sentido auténtico del pensamiento filosófico, a efectos de presentarlo como base ética sobre las virtudes compartidas que requiere la República. ¿Sólo vamos a mencionar a los filósofos amigos de la igualdad y la libertad? ¿Dejamos afuera a los Platón y los Nietzsche? No comparto la forma en que los expertos en currículum del Mineduc parecen entender la filosofía. Donde ellos ven bases morales que fomenten la participación política de los jóvenes, yo veo la capacidad personal de cuestionar críticamente todo aquello que se nos presenta como obvio o necesario. Y de preguntarnos, además, por el sentido último, o no, de la existencia.
Concluyo destacando que el gobierno haya contemplado, desde el principio, que sus propuestas fueran sometidas a un amplio proceso de consultas. También cabe valorar el hecho que la normativa vigente dispone que, sobre este tema, la última palabra la tiene un ente institucional autónomo (el Consejo Nacional de Educación). Confío en que un buen debate público sepultará esta mala idea. Si se insiste en acomodar la filosofía “dentro” de la educación cívica terminará siendo mutilada y traicionada.