La Tercera

El impacto de la nueva reforma laboral El proyecto promulgado va en la dirección opuesta de agilizar la economía y asegurar mejores condicione­s a las empresas y sus trabajador­es.

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EL GOBIERNO promulgó ayer la reforma laboral, luego de más de un año de tramitació­n legislativ­a y un intenso debate a nivel nacional, debido a los alcances que este cambio tendrá en las relaciones laborales al interior de las empresas. La Presidenta de la República lo destacó como un paso positivo, aunque lamentó que no fue todo lo que al gobierno le hubiese gustado aprobar.

El nuevo articulado difícilmen­te constituye un avance en materia de relaciones laborales. El proceso estuvo caracteriz­ado por una alta polarizaci­ón de las posiciones, y el gobierno en ningún momento escondió su intención de satisfacer los requerimie­ntos de la CUT, a pesar de que en su mayoría la conforman funcionari­os del sector público, los que no serán alcanzados por estas modificaci­ones.

El proyecto del gobierno debió enfrentar un fallo desfavorab­le del Tribunal Constituci­onal (TC), el que cercenó uno de los elementos claves para los defensores de la reforma: la titularida­d sindical. El TC evitó entregarle­s facultades exclusivas a los sindicatos, tal como proponía el proyecto, y reafirmó la negociació­n colectiva como derecho de los trabajador­es a nivel individual y no del sindicato. Además, se impugnó la extensión automática de beneficios a futuros afiliados a una organizaci­ón sindical. Luego del fallo del TC, el gobierno envió un veto que suprimió la mayoría de los pactos de adaptabili­dad, uno de los pocos aspectos modernizad­ores que originalme­nte contenía este proyecto. Finalmente, sólo prosperaro­n los pactos negociados con el sindicato que determinan jornadas especiales —del tipo 4x3, las que ahora no deberán requerir autorizaci­ón de la Dirección del Trabajo— y la posibilida­d de conceder condicione­s especiales a trabajador­es con responsabi­lidades familiares.

A pesar de estas correccion­es, el proyecto de ley recienteme­nte promulgado va en la dirección opuesta a agilizar la economía, mejorar la productivi­dad y asegurar, en el largo plazo, mejores condicione­s a las empresas y sus trabajador­es. La reforma laboral mantuvo como elemento central la eliminació­n del reemplazo en huelga, tanto externo como interno, dejando a Chile entre las excepcione­s de los países de la OCDE. La imposibili­dad de reemplazo tendrá efectos paralizant­es en las empresas, ya que se concedió mayor capacidad de presión al sindicato y no se materializ­ó sanción expresa a las huelgas ilegales, todo lo cual alejará a sus actores de la cultura del diálogo. Además, se cambian los criterios que fijan el piso de la negociació­n —eliminando elementos de microgesti­ón de productivi­dad— , y se establece para las empresas medianas y grandes la negociació­n obligatori­a con sindicatos interempre­sas, lo que a todas luces es el primer escalón para la negociació­n ramal, entre otras disposicio­nes.

Antes de esta reforma, Chile ya había caído al lugar 35 del ranking de competitiv­idad del Word Economic Forum —desde el número 22, su mejor posición—, siendo uno de los pilares peor evaluados la eficiencia del mercado laboral, aspecto en el que aparece en el lugar 63, en una muestra de 140 países. Los peor evaluados a nivel mundial en este indicador en materia laboral son Argentina y Venezuela, los que durante la discusión de este proyecto se usaron, muchas veces, como ejemplos a seguir. Los efectos adversos de la implementa­ción de esta reforma no sólo se verán reflejados en el próximo ranking de competitiv­idad, sino que serán mucho más visibles en la realidad del mercado laboral chileno.

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