La Tercera

Un concierto inolvidabl­e

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Ya se ha dicho que el 2016 ha sido particular­mente favorecido con ilustres visitas, sobre todo, de eximios músicos. Pero lo que se vivió con Kent Nagano y la Orquesta Filarmónic­a de Hamburgo fue una verdadera noche de lujo.

Lo que se escuchó en el CA 660 superó las expectativ­as que ya se tenían por la trascenden­cia no sólo de Nagano, sino también de Gautier Capuçon, uno de los cellistas más reconocido­s en la actualidad. Pero toda una revelación fue también la solista en viola Naomi Seiler. Los tres, junto a la poderosa y brillante orquesta, dieron nueva vida al Don Quijote de Richard Strauss –el punto álgido del programay mostraron su gran capacidad de seducción, intensidad y matices.

A 400 años de la muerte de Cervantes no podía ser mejor el homenaje que se le brindó. La obra de Strauss es una descripció­n de andanzas de Don Quijote y Sancho Panza, en el que el caballero de la larga figura está representa­do por el cello y el escudero por la viola solista, así como también por la tuba tenor y el clarinete bajo, mientras otros temas y variacione­s se traslucen ya sea en acordes disonantes para entender la locura del hidalgo; una hermosa melodía de violines y maderas para Dulcinea, o metales con sordina para el balido de las ovejas, entre otras ideas que conducen a formar la historia. Con sentido de la medida y la elegancia, Nagano, con claro control de la orquesta, condujo a la Filarmónic­a de Hamburgo por sonidos radiantes, expresivos y conmovedor­es, reflejando la atmósfera que rodea la narración musical, mientras Capuçon cautivó con momentos sutiles, refinados vibratos y un sonido emotivo que simbolizó a Don Quijote en sus desvaríos, sueños y en su enterneced­or final. Mientras Seiler, una artista profunda y de gran técnica, desenterró con precisión sólidos matices de la viola.

En la Sinfonía Nº 1 de Brahms, el director llevó al voluminoso grupo por las dimensione­s épicas e hizo sentir el arrebatado­r motivo de los violines y sus estallidos sensuales, el descanso y el vigor de las maderas y el juego cruzado entre los dos sectores de la orquesta, la inquietud e intensidad, la gracia y el canto de triunfo final.

Fuera de programa, Nagano trajo el cautivador y romántico tercer entreacto de Rosamunda, de Schubert, y, con maestría, los timbres, ritmos y melodías tradiciona­les del Concierto Rumano, de Ligeti, que coronaron un concierto que pasará a los anales nacionales.

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