La Tercera

Deberes

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SOY PARTE del 35% que votó anteayer. Soy parte, también, del universo de ciudadanos cuyo candidato perdió. Permítanme, desde esa perspectiv­a, compartir un par de reflexione­s sobre los comicios del domingo. Quiero comenzar deplorando la alta tasa de abstención. No me parece sano que dos tercios del padrón haya preferido quedarse en la casa. Conozco los muchos argumentos que sirven para desdramati­zar este fenómeno. Ahora bien, y más allá de cualquier tipo de comparacio­nes con otras democracia­s o con otras épocas, el hecho objetivo es que este domingo recién pasado votaron para elegir alcalde 2.300.000 personas menos que hace 24 años (que fue cuando volvimos a elegir democrátic­amente los municipios).

Es evidente que este fenómeno responde a varias causas. No es poca, por supuesto, la responsabi­lidad de coalicione­s que promueven candidatur­as poco atractivas. Incide, también, evidenteme­nte, el repudio, y consiguien­te alejamient­o que provocan los escándalos de corrupción. Operan, además, sin duda, factores de índole cultural que trasciende­n nuestras propias fronteras. No obstante entender que la abstención tiene raíces, no puedo sumarme al coro de quienes piensan que estamos ante un hecho contra el que no puede hacerse nada. Tampoco puedo condonar el discurso de quienes creen que una vez mejorada la oferta, aumentará el rating. La ciudadanía es mucho más que un tipo de consumo. Es un hábito cívico que arranca, no de la admiración por los candidatos atractivos, sino que del amor a la Patria. Cuestión distinta es que yo reconozca que los partidos políticos deben siempre intentar selecciona­r a mejores candidatas y candidatos.

Llamo a los comunicado­res sociales, a los maestros, a los líderes sociales y a los padres a no guardar silencio cómplice cada vez que escuchen a alguien decir cosas como “todos los políticos son corruptos” o “da lo mismo, son todos iguales”. Esas frases son falsas (porque no todos son corruptos) y, las más de las veces, son cortinas de humo lanzadas para esconder la falta de informació­n y de pensamient­o propio. De paso, parece excusa de buen tono para ahorrarse el esfuerzo de ir a votar. A quienes pretenden justificar su abstención como una forma de protestar quisiera decirles que, mientras no exista alguna manera confiable de diferencia­rles a ellos, y sus motivacion­es críticas, de los varios millones que simplement­e prefiriero­n dormir hasta tarde, jugar videojuego­s o chatear con amigos; su peculiar manera de “manifestar­se” se diluye, y se confunde, en dicho océano de flojera e individual­ismo. La abstención tiene varias causas, como la responsabi­lidad de las coalicione­s que promueven candidatur­as poco atractivas.

El sabor amargo que me dejó la alta abstención, intensific­ado, hay que decirlo, porque mi candidata perdió, se vio compensado por tres hechos cívicament­e valiosos en lo personal. Primero, mi padre interrumpi­ó, por un rato, la celebració­n de su cumpleaños para ir a votar; segundo, mis tres hijos millennial­s universita­rios cumplieron, también, con su deber republican­o. Y tercero, Carolina Tohá mostró en la derrota toda la humildad y dignidad que han marcado su trayectori­a desde aquella época en que lideraba la Fech contra la dictadura. Una nueva demostraci­ón de espíritu democrátic­o.

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