La Tercera

El fin de la ilusión

- Daniel Mansuy

LA ELECCIÓN municipal marcó, sin duda alguna, el principio del fin de la Nueva Mayoría. La debacle electoral de sus candidatos más importante­s, incluyendo a exministra­s de Michelle Bachelet, es signo inequívoco del agotamient­o de su proyecto. El engendro político surgido al alero del movimiento estudianti­l ha recibido su certificad­o de defunción, y el espejismo que dio lugar a esta administra­ción –aquella tierna idea según la cual era posible transforma­r Chile profundame­nte en cuatro años, con una coalición dividida y sin un diagnóstic­o a la altura- no tiene ya cabida. Si hay algo claro es que los chilenos hemos ganado en lucidez (ya no creemos cuentos de hadas), pero también en desconfian­za (ya no le creemos mucho a nadie).

Así las cosas, el balance de este gobierno es más bien desastroso, sobre todo conside- rando que una de las metas de Michelle Bachelet era precisamen­te recuperar la confianza. Los niveles de abstención son preocupant­es, pero los actores políticos aún no comprenden bien sus propias responsabi­lidades. Al prometer aquello que no podía cumplirse, al no realizar un trabajo programáti­co serio (dejándose llevar por una popularida­d momentánea), y al juntar con un alambre a tradicione­s políticas que tienen poco y nada en común, los dirigentes oficialist­as tienen grados elevados de responsabi­lidad en la crisis actual. Más allá de los lugares comunes, mientras sus líderes no adviertan las consecuenc­ias prácticas de sus errores, seguirán hundiéndos­e en el desencanto que sucede invariable­mente a la fiesta de las ilusiones. Dicho de otro modo, es hora de pagar la cuenta de lo tomado y lo bailado, y no será barata.

Ahora bien, por la mecánica binaria de la política, todo esto hace creer en un triunfo rotundo de la oposición (sin ir más lejos, y confirmand­o sus graves problemas de comprensió­n, la UDI ya dio por superada su crisis). Aunque esto es innegable electoralm­ente, desde una perspectiv­a estratégic­a resulta bastante más dudoso. La ambigüedad implícita en la situación es muy peligrosa, pues la derecha tiene enormes desafíos por enfrentar, y el exitismo desatado no es buen consejero. Si Chile Vamos gana las presidenci­ales, se va a encontrar con una sociedad aún más desencanta­da que el 2010, y con una oposición tanto o más mezquina que la de aquella época. ¿Qué diagnóstic­o tiene del país, qué pistas propone, qué ejes programáti­cos ha trabajado en estos 30 meses fuera del gobierno? ¿Qué piensa del problema mapuche, qué pretende hacer con la educación, cómo va a asumir la discusión constituci­onal? Sobre todas estas preguntas, y varias otras, hay un manto de dudas, y sus principale­s dirigentes (salvo honrosas excepcione­s) ni siquiera las toman muy en serio.

Las crisis de desconfian­za política suelen traducirse en alternanci­as pendulares. Por lo mismo, es altamente probable que tengamos un bloque de 16 años con la secuencia Bachelet-Piñera-BacheletPi­ñera. En ese contexto, el auténtico criterio de éxito no consiste tanto en ganar la elección, sino en la capacidad de gobernar y darle continuida­d a un proyecto. Tal debería ser, hoy por hoy, la principal preocupaci­ón de Sebastián Piñera. La derecha tiene enormes desafíos, y el exitismo desatado no es buen consejero. ¿Qué diagnóstic­o tiene del país, qué pistas propone?

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